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LA CAUSALIDAD SEGUN G. DE OCKHAM 397 sea algo de cuyo existir se sigue otra cosa, se puede entender en un do­ ble sentido; en un sentido, cuando de forma natural ante la presencia de una realidad se origina y presenta otra realidad. En otro sentido, cuando ante la presencia de una realidad no de forma natural sino por libre designio divino se sigue otra cosa, en este sentido los buenos ac­ tos son causa de los premios a recib ir...»86. La relación causal, pues, se inscribe en una secuencia que emana de la misma realidad causante del efecto. La relación convencional y discrecionalmente establecida es fruto exclusivo del libre querer divino y no cae dentro del sentido es­ tricto «ex natura rei» que a tal secuencia corresponde, según la relación causa-efecto. Por ello, no basta la experiencia sensible de la concomi­ tancia para deducir real y efectiva causación. Para Ockham, la causa­ lidad exige que el efecto se siga de la causa por naturales legalidades. «Propio de la causa es que a ella por su propio poder pueda seguir el efecto "ex natura rei et naturaliter...,,>>87, no por hábitos psicológicos, adquiridos merced a la repetición y aprendizaje de una determinada se­ cuencia, ni por caprichosas o graciables discrecionalidades. Ahora bien, la teología de la omnipotencia divina no puede colocar la relación cau­ sal como una necesidad superior o un deber al que Dios no pueda subs­ traerse. Por encima de las exigencias de cualquier realidad física, está la voluntad divina, que puede hacer que el calor congele o que los actos buenos sean merecedores de castigos. Por ello, Ockham insiste en que la relación causa-efecto no se reduce a la establecida en forma natural, también la voluntaria es una relación de presencia-ausencia. ¿Puede es­ ta relación recibir el nombre de causa? Si por causa se entiende la re­ lación natural, no; si por causa se entiende la presencia-ausencia simul­ tánea de los términos de la relación, sí. ¿Cuál es el sentido que Ockham defiende? El natural, pero siempre susceptible de ser alterado, variado o suspendido, por el poder divino. Por ello, la teología de la omnipotencia pende, como amenaza, sobre el necesitarismo de la causa­ lidad; es una herida que amenaza la vida y salud de las causas natura­ les y abre una brecha que se torna difícil de suturar. Esta es la razón fundamental por la que anteriormente recalqué cómo esta teología nos come el terreno, cuando pretendemos entender tal relación en términos racionales y naturales. El mundo físico está expuesto a ser una conti­ nua excepción dentro de las leyes físicas. Nos encontramos ante el con­ flicto generado por la necesidad de sostener una definición de causa 86. IV Sent., Q. I, G. 87. Ibid., K.

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