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La causalidad según G. de Ockham 1. P resupuestos teo ló gico s Intentar unas breves pinceladas acerca del tema de la causalidad, en un autor que se sitúa a caballo entre dos épocas, conlleva ciertos ries­ gos que es preciso tomar en cuenta. El más notorio y extremo comien­ za por proclamar, sin ambigüedad alguna, que en el pensamiento de Ockham es preciso proceder a negar toda causación, ya que el proce­ der causal, en definitiva, es fruto de la ingenuidad infantil que busca poner razón y entidades donde únicamente existen deficiencias y va­ cíos. El afán por lograr visiones ontológicas totales, y explicaciones omniabarcantes de los distintos modos de ser, es similar al del insen­ sato que trata de construir una torre que llegue hasta el cielo \ No les faltan razones a quienes proceden desde tal presupuesto. En efecto, la contingencia radical del mundo físico en que vivimos con respecto a la intervención de Dios, quien puede realizar, con o sin la ayuda de las causas segundas, todo aquello que no implique contradic­ ción lógica. «Se puede probar racionalmente que no hay nada que pue­ da limitar la voluntad divina; por lo tanto nada le impide obrar y, con­ siguientemente, siempre llega a cumplirse» 2. La necesidad del querer de Dios es omnipotente; por lo tanto, saltar o invertir cualquier orden natural y obrar al margen de exigencias causales y legalidades físicas se inserta dentro de lo físicamente posible 3. La posibilidad y factibili- 1. Cfr. E. G ilso n , La unidad de la experiencia filosófica, Madrid 1966, 101; J. A lfaro , De lo natural a lo sobrenatural, Madrid 1932, 342; U. Eco, El nombre de la rosa, Barcelona 1983, 41; R. G uelluy , Philosophie et théologie chez G. d’Ockham, París 1947, 204. 2. II Sent., Dist. XLVI, Q. II, B: Cito, para la Ordinatio (prólogo y distin­ ción primera), por la Ed. de G. Gál y St. Brouw, Franciscan Inst. Publications, St. Bonaventura, N.Y. 1967. Para las distinciones II y III, la edición de los mismos autores, de 1970. Para las demás sentencias y distinciones utilizo la ed. de Lyon de 1495. 3. «Nada se puede hacer contra la voluntad de Dios... porque contra la voluntad omnipotente, y no impedida, de querer hacer algo eficientemente na-

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