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366 JOSE-ROMAN FLECHA ANDRES El juicio ético sobre las decisiones y operaciones bélicas debería, en consecuencia, ir ganando en matizaciones. Ya no se trata solamente de condenar el empleo de las armas. Es necesario preguntarse por esas otras formas, múltiples y sutiles, que sin apagar en apariencia la débil llama de la paz constituyen otros tantos omnipresentes tentáculos de la opresión. En la exhortación apostólica post-sinodal Reconciliación y peniten­ cia, que recoge los puntos fundamentales del Sínodo de Obispos de 1983, Juan Pablo II, siguiendo en esto el documento de trabajo que ha­ bía sido discutido en el aula sinodal, nos describe el panorama de «un mundo en pedazos», marcado profundamente por las divisiones entre naciones «y bloques de países enfrentados en una afanosa búsqueda de hegemonía». Divisiones que tienen por origen desigualdades que pa­ recen incurables o conflictos crónicos que en lugar de resolverse por los caminos del diálogo se agudizan en la confrontación y el contraste. Divisiones que se manifiestan en innumerables y dolorosos fenómenos sociales, entre los cuales no podía quedar sin denunciar «la acumula­ ción de armas convencionales o atómicas; la carrera de armamentos, que implica gastos bélicos que podrían servir para aliviar la pobreza inmerecida de pueblos social y económicamente deprimidos» 32. Especial importancia reviste el discurso dirigido al Cuerpo Diplo­ mático acreditado ante la Santa Sede, el 11 de enero de 1986, un año dedicado a la paz por la Organización de las Nacoines Unidas. Es un discurso que merece ser leído. Resaltemos solamente algunas ideas allí vertidas. El Papa recuerda que desde 1945, aunque no ha habido nin­ guna guerra mundial, han estallado más de 130 conflictos locales que han producido más de treinta millones de muertos o heridos. Ante ese panorama es necesario tomar conciencia de que la paz de un solo país interesa al conjunto de la familia humana. El Papa evoca algunos con­ flictos actuales, como los que se desarrollan en el Líbano, entre Irán e Irak, en Afganistán, en Camboya, en Suráfrica, en Uganda, en el Chad, entre Burkina Faso y Malí, en América Central y en otros lugares don­ de se asiste a «la escalada de la guerrilla que afecta sin discriminación a las instituciones y a las personas». Ante tal panorama, afirma el Papa que «la paz es un valor sin fronteras porque no puede establecerse de forma justa y durable más que mediante una cooperación amplia a la región, al continente, al conjunto de las naciones». Apela a la solidari- 32. J uan P ablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Reconciliación y Pe­ nitencia, n¡. 2.

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