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RESPONSABILIDAD MORAL ENTRE LA GUERRA Y LA PAZ 363 derecho a defenderse a sí mismo contra la injusticia y el aplastamiento de sus derechos, tal derecho extremo debe ser legítimo en principio, aun ante las previsiones terribles que esta época atómica suscita. Pero si hay una ética de los fines, también hay una ética de los me­ dios. Defender los derechos conculcados no implica la licitud del em­ pleo indiscriminado de medios capaces de desencadenar una destrucción total. En consecuencia, el juicio que la constitución conciliar emite so­ bre el uso de las armas modernas es totalmente negativo, calificándolo como un delito contra Dios y contra el hombre mismo. Es un crimen «objetivamente» hablando, sean cuales fueren las intenciones subjetivas de quienes utilicen tales armas. «Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones» (GS 80 d). De este texto definitivo fueron eliminadas algunas distinciones y reservas que se encontraban en los esquemas precedentes, en los que, por ejemplo, no se excluía la eventual buena fe de los que podrían uti­ lizar las armas modernas, y en los que también se admitía la licitud de la fabricación y almacenamiento de armamentos con una finalidad sim­ plemente disuasoria. El texto final de la constitución conciliar, junto a la condena de la guerra, incluye ahora, y de forma perfectamente con­ secuente, una enérgica condena de la guerra de armamentos: «Por lo tanto hay que declarar de nuevo: la carrera de armamentos es la plaga más grave de la humanidad y perjudica a los pobres de ma­ nera intolerable. Hay que temer seriamente que, si perdura, engendre todos los estragos funestos cuyos medios ya prepara» (GS 81 c). La inmoralidad de la carrera de armamentos radica para el Concilio en su inadecuación con el logro de la meta de la paz, a la que pretende estar encaminada. El equilibrio que eventualmente puede engendrar no es en realidad la paz. Con la falsa ilusión de paz que produce, la carre- .ra de armamentos evita el empeño por trabajar en la eliminación de las causas verdaderas de los conflictos. Y, por otra parte, el inmenso gasto que supone impide o dificulta procurar un remedio a la pobreza y las miserias del mundo entero, mientras que no hace sino extender a otras zonas del planeta las disensiones que surgen entre los pueblos.

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