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354 JOSE-ROMAN FLECHA ANDRES 4 . U na r e f l e x ió n é t ic a s o b r e l a p a z y la g u er r a En los primeros siglos de la Iglesia falta una reflexión sistemática sobre la licitud o ilicitud de la guerra y la urgencia de buscar la paz. Parecería más bien que para muchos Padres de la Iglesia la guerra no es un mal en sí misma. Si a veces condenan la milicia es por el peligro de idolatría que comporta, no por deseables motivos de una decidida op­ ción en favor de la no-violencia. Es cierto que Tertuliano se había pro­ puesto el problema, negando a los cristianos el uso lícito de las armas y por tanto de la guerra, pero en general «la Iglesia deja en manos del Estado el derecho —que ir evitablemente reviste un carácter ético— de administrar la justicia política en todas sus formas, incluida la guerra»21. 4 .1 . Lrf reflexión tradicional La paz constantiniana significa el final de esta especie de inhibición política de los cristianos. La alianza entre la Iglesia y el Imperio obliga a los cristianos a asumir con una cierta tranquilidad, o con excesiva confianza en el poder político, la inevitabilidad de la guerra. Entre las muchas páginas que San Agustín dedica al tema se podría recordar có­ mo el santo considera que el justo debe estar dispuesto a renunciar a la propia defensa cuando lo exija un bien mayor (De sermone Domini in monte, 19), pero muchas veces habrá que obrar de otra forma, pre­ cisamente en razón del bien común y aun por el bien de los mismos enemigos (En. 138 ad Marcellinnm, 2, 14). Ante estas ideas que San Agustín aduce al comentar algunos textos bíblicos como Mt 5, 39 y Rom 12, 19, cabe distinguir entre el modo y las finalidades de la gue­ rra; de hecho, piensa él, sólo los malos encuentran placer en la gue­ rra: para los buenos no es más que una necesidad inevitable (De civ. Dei, 4. 15). De todas formas, al aducir las condiciones que de alguna forma legitiman la guerra, se muestra excesivamente «oficialista», si se permite aquí este calificativo: la condena evangélica (Mt 26, 52) con­ tra los que utilizan la espada queda reducida a aquél que la usa sin au­ torización o mandato de la legítima autoridad, que es la única que pue­ de declarar y hacer la guerra (Contra Faustum, 22, 7 0 )22. 21. G. P attaro , Paz, en Nuevo Diccionario de Teología II, Madrid 1982, 1.317. 22. Cfr. T. O rtolan , Guerre, e n DThC, VI, 191245.

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