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352 JOSE-ROMAN FLECHA ANDRES tendidamente violentista, autoriza a los cristianos para justificar la in­ tervención armada en general o para legitimar guerras que se preten­ dan sagradas. Más que una exhortación para que los discípulos actúen violentamente, los textos son un anuncio de cómo actúa el Reino de Dios en este mundo. c) En el cuerpo de los escritos paulinos la paz incluye todos los bienes esperados. El creyente está en paz con Dios por medio de Jesús el Cristo (Rom 5, 1). La paz, en efecto, es fruto del Espíritu (Rom 14, 17) y constituye un modo auténticamente nuevo de vivir: la vida eter­ na anticipada (Rom 8, 6), que se ve ya reflejada en las diarias relacio­ nes entre los hombres (Rom 12, 18; 1 Cor 7, 15; 2 Tim 2, 22). Si el creyente confiesa que Dios colma al hombre de gozo y de paz (Rom 15, 13), se puede también afirmar que es el Mesías quien ha hecho la paz por la sangre de su cruz (Col 1, 20) y que su paz reina en nuestros co­ razones (Col 3, 15). De todas formas, en cuanto significa la salvación total del hombre y del mundo (2 Cor 5, 17; Gál 6, 15), la paz implica una nueva orde­ nación de las relaciones humanas. Por eso se predica que es necesario vivir en paz unos con otros (2 Cor 13, 11; cf. Me 9, 50) y con todos los hombres en general (Rom 12, 18). Las exhortaciones a la comuni­ dad, de tipo moral o disciplinar, terminan con frecuencia con invitacio­ nes a «buscar» o a «hacer» la paz: Rom 12, 18; 14, 19; 2 Cor 13, 11; 1 Tes 5, 13; 2 Tim 2, 22. En muchos de estos lugares se trata de una recomendación aislada al fin de una carta o, al menos, al fin de una exhortación parenética. Otras veces Pablo nos explica cómo se comporta el hombre de paz (Rom 12, 18) o vincula la paz con las gran­ des realidades cristianas: Rom 14, 17; 1 Cor 14, 33; Gál 5, 22; Flp 4, 2; Col 3, 12-14. Estas vinculaciones tienen por fin evocar un cierto ambiente y una actitud fundamental de la vida cristiana que es difícil expresar con una sola palabra. La paz se une así a la justicia, la alegría, la caridad, la magnanimidad, la delicadeza, la fidelidad, la dulzura, la humildad. «La práctica de la paz no es otra cosa que la práctica del espíritu de pobreza, es decir, de humildad y de dulzura, visto en su aspecto social y colectivo o en su finalidad comunitaria. En cuanto la humildad se dirige hacia el bien y la unidad de la Iglesia, se dirá que es paz, espí­ ritu de paz, búsqueda de la paz. Al fin, el deber de la paz no es otro que el deber de la caridad fraterna, si nos atenemos a la explicación de San Pablo en la primera a los Corintios. La caridad o agápe es el

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