PS_NyG_1987v034n003p0335_0379

346 JOSE-ROMAN FLECHA ANDRES se relaciona con la sedaqah (la justicia). Aunque no se identifican total­ mente, la paz tiene repercusiones inevitables en la justicia y en el de­ sarrollo de la vida social (Sal 85, 11; cf. Is 48, 18; 60, 17). — En los textos proféticos no solamente se urge la responsabilidad por la paz, sino que se denuncia con frecuencia la paz superficial fun­ dada en la endeblez de las alianzas políticas (Jer 6, 14; 29, 11; 33, 9; Ez 13, 10. 16). Pero trascendiendo la situación coyuntural del presente, los pro­ fetas vislumbran y propugnan un mundo futuro donde reine la armo­ nía. Isaías anuncia la llegada de un príncipe de la paz (9, 6; cf. Zac 9, 9-10), la instauración de una nueva era de paz en la que las espadas se convertirán en rejas para el arado y las lanzas en podaderas (2, 1-5). La descripción de la época mesiánica se tiñe con los colores más poé­ ticos de una armonía cósmica paradisíaca (11, 1-9; 32, 15-20). Esta visión se convertirá en motivo de continua reflexión tanto para el pue­ blo hebreo como para la teología cristiana: «El producto de la justicia será la paz; el fruto de la equidad, una seguridad perpetua» (32, 17). No se puede olvidar en este contexto a aquel profeta-poeta de los tiempos del exilio, al que convencionalmente llamamos el Segundo Isaías. Desde la honda experiencia del destierro anuncia una paz esca­ tologica, definitiva (Is 54, 10), que paradójicamente no llega por la fuerza sino por la debilidad y postración de esa figura misteriosa que es el siervo doliente de Yahvé: «El soportó el castigo que nos trae la paz» (Is 53, 5). En un poema posterior al destierro, el profeta nos muestra a Yahvé preocupándose de los marginados, de los oprimidos y de los pobres. Ante la codicia y la altanería de los poderosos, son pre­ cisamente los humillados los que se convierten en signo de paz, en de­ seo viviente de la paz, en operadores de la paz (Is 57, 19). La meta profètica de los tiempos mira hacia Jerusalén, como símbolo del en­ cuentro universal, hacia la que discurre la paz como un torrente des­ bordado (Is 66, 12; cf. Zac 8, 12). c) No deberemos abandonar el Antiguo Testamento sin aludir al menos a la acusación de belicismo que a veces se dirige contra el Dios de Israel. Ya desde Marción se distingue a veces entre el Dios bondadoso revelado por Jesús y el Dios guerrero que aparece en las páginas del AT. La postura ortodoxa ha contestado habitualmente, co­ mo ya hizo Orígenes, apelando al sentido espiritual de las guerras, que significarían la lucha del hombre contra sus enemigos. Por otro lado, demasiadas veces los cristianos han apelado al ejemplo de las guerras

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz