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344 JOSE-ROMAN FLECHA ANDRES miento en la experiencia religiosa o su definitiva revelación en el Cris­ to, constituyen otras tantas fuentes de reflexión y de actuación para los creyentes de hoy. 3.1. Antiguo Testamento a) Detengámonos por un momento en la misma palabra que designa la paz. Es cierto que nuestros vocablos actuales para designar la paz —como también el latino pax — coinciden en algo con la palabra he­ brea shalóm : en definir una situación contraria a la guerra. Pero eso «contrario» es concebido de formas distintas en la comprensión griega y en la hebrea. La estructura mental subyacente es diversa. Mientras que para la cultura helenística, de la que también nosotros somos here­ deros, la paz indica la «tranquilidad en el orden» o «la concordia en el orden», para el hebreo el shalóm podría ser traducido por salvación, por bienestar, por realización. Se trata, en efecto, de una palabra ca­ paz de expresar las aspiraciones humanas y religiosas más altas (cf. 2 Sam 19, 28 - 20, 1). La paz es la vida y la salvación, el estado en que se vive sin angustia, sin obstáculos, sin opresión, el estado de felicidad, de amistad y de alianza. El concepto bíblico es a la vez más material y más dinámico; el griego es más estático y moral. La idea griega de la paz evoca el retor­ no a la normalidad, mientras que la idea hebrea nos remite sencilla­ mente a la vida. Para los griegos la paz es un medio; para el hebreo, es un bien definitivo. Para el hebreo, la paz expresa la culminación de las esperanzas del pueblo: es un don, arduo e incierto, pero siempre anhelado y siempre buscado. Pero los griegos no imaginan el futuro, no tienen esperanzas sino recuerdos: la paz es para ellos el retorno al ayer paradigmático, a la situación anterior a la guerra. La paz no es pa­ ra ellos un don, sino un problema técnico. «Los griegos hacen utopías, no profecías» 13. La paz hebrea es fundamentalmente religiosa: mesiánica. La paz griega es profana. En realidad los «dioses de la paz» nunca tuvieron en la cultura greco-romana la importancia que alcanzaron los dioses de h guerra. La pax romana , aun divinizada en tiempos del imperio, fue solamente un símbolo de la unidad política. Es en Israel donde nace la idea de una paz definitiva, estable, perpetua, no como pura utopía, sino como posibilidad y exigencia. Y esa idea no es accesoria a la cul- 13. J. C omblin , Théologie de la paix, I, París 1960, I, 45. Cfr. E. G. E stéba - nez , La paz y el utopismo, e n Lateado 64 (1984) 35-43.

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