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EL NACIMIENTO DE LA CIENCIA 251 todas las cosas. Porque 'todo' es no sólo lo que se generó desde el prin­ cipio en el principio, sino que es, sobre todo, producto ordenado de una 'lógica'. Por esto tiene sentido utilizar nuestra razón —lo que nos cons­ tituye en nuestra más íntima intimidad— buscando siempre las razo­ nes de todas las cosas, porque nuestra razón es un arma poderosa, de­ cisiva, única, en esa búsqueda. Con una condición, que no sea apropia­ ción individual, sino construcción rigurosa del discurso. Este, por tan­ to, encuentra (¿o participa?) el discurso que produce mundo. Nuestro discurso es, sin embargo, discurso-sobre-el*ser-de-lo-que-es, no es imaginación. Es construcción rigurosa de consecuencias inimagi­ nables de lo que nos es dado. Habría aquí la posibilidad equivocada de ver eso que se nos da como ya dado, como mera cosa de la que nos­ otros tenemos que tomar posesión, hacernos propietarios. Pero hay otra posibilidad mucho más excitante, descubrir que el 'ser’ es sujeto de la producción, principio originante, pastor del discurso, aquello que es previo y condición de todo, precisamente lo que hace posible el 'todo’ como tal, motor y fuente de orden. La producción de mundo del dis­ curso del ser es la razón de ser del ser. Otra posibilidad se nos presenta. Distinta, pero igualmente hija de todo nuestro principiar. Para ella deberemos quedarnos en el mero prin­ cipiar, sin caer en el logos o en el ser como sujeto. Debemos para ello quedarnos en la mera física. Prohibirnos ir más allá de la física. Hacer­ lo no sólo porque no es necesario para dar razón de lo que vemos, sino porque irse más allá es la manera más segura de no dar razón de nada, como no sea de lo meramente imaginado, añadido. Todo es física. En este caso el sujeto que habla y piensa queda en la penumbra, desaparece de la escena, se esconde en la objetividad, se hace ojo que todo lo contempla desde fuera, pero sin que ningún fuera tenga reali­ dad. Es una objetividad reductora de cualquier imaginario sujeto. Se 4an razones, pero no razón. Se dan sujetos convencionales, pero no hay sujeto (aunque quien hable sea un sujeto). El discurso es discurso sin sujeto, porque el sujeto ha muerto en la reducción. Ni siquiera ha muerto; no es necesario, es explicable, pues el alma son átomos pe­ queñísimos, redondos y lisos. Nada más hay que decir. Todo irse más allá de la física está rigurosamente prohibido. Principio de objetividad, aunque de un sujeto que se empeña en desaparecer, tras sus propias palabras, en las meras razones.

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