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250 ALFONSO PEREZ DE LABORDA Nos topamos primero con una novedad: su interés por el princi­ piar, pero no tanto de lo que aconteció en aquellos tiempos que fueron tiempos originales y originarios, cuanto en encontrar el o los principios en donde se originan todas las demás cosas. Pero, adentrándonos en ese camino del principiar, nos hemos encontrado, de la mano de los fi­ lósofos presocráticos, con problemas sin número. El principio que prin­ cipia todo debe de ser ilimitado, la diferenciación de su interioridad co­ mo límites es lo que da origen a las demás cosas, siendo entonces eso ilimitado a manera de receptáculo que contiene en sí a todo lo demás. Esa especie de receptáculo puede llegar a ser meramente receptáculo de algo distinto de él mismo, dando cabida dentro de sí no sólo a todas las demás cosas, sino también a eso mismo que es principiar de todo lo demás. Se nos abre así la perspectiva de cómo y quién limita a lo ilimitado, el problema de esa ilimitación que es infinita, de ese recep­ táculo (pero, no lo olvidemos, esta palabra es palabra platónica) que puede distinguirse como vacío en el que se está lo lleno, con lo que he­ mos establecido ya la posibilidad de una diferencia con lejanas conse­ cuencias. Queda planteado ya, en todo caso, el juego infinito de ha­ cerse las cosas que tenemos a la vista desde el principiar en donde se originan, un hacerse que es también deshacerse. El movimiento apare­ ce, pues, en nuestro horizonte. Un movimiento que es cambio en ese hacerse-deshacerse, pero que también es mero relacionarse extrínseca­ mente con las demás cosas, estar en esta o la otra posición con respecto a las demás cosas, no en relación con su principiar, sino en la mera re­ lación de colocación con lo principiado. ¿Cómo llegamos a saber todo esto? No es pregunta insensata, pues somos nosotros quienes sabemos, o al menos decimos saberlo. Decimos conocer con un conocimiento que no es ver ni oír ni gustar ni palpar. En nuestro 'nosotros’ hay algo más, escondido en un principio. Ahora caemos en cuenta de que hay 'decir’, de que hay 'palabra-que-dice’, de que hay logos. Lo hay en nosotros. El saber tiene comercio con él. El conocer es la manera que el logos tiene de hablar en nosotros. ¿Somos nosotros logos que discursea?, ¿participamos en el logos que, con su discurso, es el verdadero principio que principia todas las cosas, inclui­ das las que parecían antes elementos constituyentes de todas las de­ más? ¿Es ese logos el que produce el cosmos? No sólo hay, pues, un principio 'cósico’ o 'receptáculo’, hay mucho más, hay un principio productor de orden cósmico, que emite una pa­ labra que se constituye en discurso productor del universo entero de

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