PS_NyG_1987v034n002p0163_0252

EL NACIMIENTO DE LA CIENCIA 241 ser que llena una cierta magnitud, pequeñísima quizá. Esto es un dato primero. Distinguir en ese ser partes, osar dividirlo es contrario a la evidencia supuesta. La opción a la que se referían las interrogaciones con las que inicié el párrafo no cabe en los atomistas presocráticos, pues ella acepta una diferencia entre 'extension’ y 'magnitud': la mag­ nitud llena una cierta extensión, si ésta es divisible, aquella tiene par­ tes, por lo que pudiera ser también divisible. Pero así la etxensión es ya algo abstraído de cualquier magnitud, algo que coloca a la 'materia’ en un lugar, el cual lugar puede estar lleno de 'ser’ o lleno de 'no ser’. La invisibilidad de los átomos es, pues, una evidencia primera, eviden­ cia que nos sumirá en un mar de cuestiones. Aristóteles en un larguísimo texto repite, o quizá reconstruye, el argumento de los atomistas para probar que, efectivamente, no hay magnitudes que sean siempre divisibles, sino que hay magnitudes indi­ visibles 303. No se olvide, antes de reflejar la argumentación, que en lo que toca a la indivisibilidad los átomos tienen como nota característica su magnitud. Dividamos, si fuera posible, la magnitud. Al final habrá partes con magnitud o partes sin magnitud. Las primeras serían toda­ vía divisibles. Las segundas serían nada, por ser nada si las agregamos nada resultaría, pues nunca llegaríamos a un todo con magnitud. Com­ pongamos la magnitud con elementos sin magnitud, ¿cómo lo haría­ mos? Es absurdo. Ni en el proceso de división de la magnitud nos pue­ de desaparecer ésta, ni los elementos de una magnitud son sin mag­ nitud. Ahora bien, si esos elementos de magnitud tienen magnitud, se plantea de nuevo el problema de su divisibilidad. No es posible que la magnitud sea totalmente divisible, por lo que hay, conforme a la evi­ dencia primera, magnitudes indivisibles, precisamente los átomos. Otro texto aristotélico nos pone ante la evidencia primera de los atomistas con respecto a la divisibilidad de la magnitud. Existen lo 'sólido’, lo 'lleno’ y el Vacío’, los 'poros’ como los llamaba Empédo- cles. Debe de haber algunos sólidos en los cuales no exista nada de vacío o de poros, porque si se dividiera el sólido y aparecieran conti­ nuamente poros, resultaría que los poros formarían un continuo y «no podría existir sólido alguno aparte de los poros, ya que sólo habría vacío» 306, hay, pues, sólido indivisible y fuera de él vacío. En un sen­ tido similar, aunque con sabor más parmenídeo, nos lo dice este texto: «Cada uno de los seres es un ser en sentido fuerte; pero en el ser nada 305. A ristóteles , De gen. y corr. 315b, en G III 368 (DK 68 A 48b). 306. A ristóteles , De gen. y corr. 325b, en G III 364 (DK 67 A 7).

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz