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EL NACIMIENTO DE LA CIENCIA 227 Es de notar que el sol, la luna y los astros son, todos por igual, masas incandescentes o piedras de fuego 230. Sol y luna son de tamaño respetable, por no decir grande231. La luna tiene llanuras, montes y pre­ cipicios, como la tierra; su mezcla es muy rara porque en ella «lo frío se combina con lo terrestre» y «lo nebuloso se entremezcla con lo íg­ neo» 232. Nos dice Aecio que Anaxágoras, concordando con Tales, con Platón, con los estoicos y con los matemáticos, concibe «las fases de la luna como debidas a la coincidencia de su curso con el sol, que lo ilu­ mina; los eclipses de luna se producen al caer sobre ella la sombra de la tierra, cuando ésta se sitúa entre el sol y la luna», aunque algunos dicen que para Anaxágoras los eclipses se deben también «a los cuer­ pos que están debajo de la luna» 233. Queda bien claro ya que la luz de la luna procede de la iluminación del sol: «el sol presta a la luna su brillo» 234. Los solsticios se producirían por la presión del aire en los polos 235. ¿Sostiene Anaxágoras la existencia de otros mundos? Por un lado afirma inequívocamente la unicidad del mundo: «no están entre sí se­ paradas las cosas que forman parte de este único universo ni hay corte de hacha entre lo caliente y lo frío y entre lo frío y lo caliente» 238. Otro fragmento de Anaxágoras parecería indicar lo contrario, pues al hablar de la diversidad de todas las cosas compuestas pone la analogía siguiente: «y que dentro de los hombres hay también ciudades pobla­ das y tierras cultivadas, como entre nosotros, y que igualmente hay allí un sol. una luna y demás astros, como entre nosotros» 237. Para algunos el 'único’ del primero de los textos sólo querría poner énfasis en la 230. Aecio II 20, 6, en G II 739 <DK 59 A 72). Cfr. Jenofonte, Recuerdos de Sócrates IV 7, 6-7, en G II 740 (D K 59 A 73), en A. J. Cappeuletti, o. c ., 48. 231. Cfr. D iógenes L aercio II 8, en G II 741 y A ecio II, 21, 3, en G II 743 (DK 59 A 1 y 72), en A. J. C appelletti , o. a, 18 y 48. 232. A ecio II 30, 2, en G II 748 (DK 59 A 77), en A. J. C ap p elletti, a c., 50. 233. Aecio II 29, 6-7, en G II 754 (DK 59 A 77), en A. J. C ap p elletti, o . c., 50. 234. P lu ta rco , Sobre la faz que aparece en la órbita de la luna 929b, en A. J. C ap p elletti, o . c., 152, en G II 759 y 853 (DK 59 B 18). No se olvide el lec­ tor que, a la vez, la luna es una ’piedra ígnea', aunque, quizá, muy débil, no como la del sol, que no se puede mirar de frente como dice Jenofonte, cfr. texto citado en nota 230. 235. A ecio II 23, 2, en G II744 (DK 59 A 72), en A. J. C appelletti , o. c., 48. 236. Sim plicio, F ís. 175, 11, 176, 29, en A. J. C ap p elletti, o . c., 150 (DK 59 B 8), en G II 843. 237. Sim plicio, F ís. 34, 29, en A. J. C ap p elletti, o . c., 149 (DK 59 B 4); tam­ bién en G II 804 y 839. No sécuál es la razón por la que Cappelletti ensu traducción se come «y que igualmente hay allí un sol, una luna y demás as­ tros, como entre nosotros», DK y G lo tienen, él mismo lo retoma en p. 276.

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