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226 ALFONSO PEREZ DE LABORDA quien Simplicio ha tomado su explicación, explica cómo se hace posible ésto, al decir de Anaximenes, Anaxagoras y Demócrito: «pues también éstos (los cuerpos que tienen superficie plana) se mantienen firmemente contra los vientos por la resistencia que ofrecen; y esto mismo dicen que hace la tierra, por su superficie plana, contra el aire que está de­ bajo: al no tener el aire lugar suficiente para moverse por estar abajo de la tierra, permanece compacto, como el agua en la clepsidra» 226. Según el mismo Aristóteles, los que intentan mostrar que el vacío no existe — como lo acaba de hacer Anaxágoras para mostrar la estabili­ dad de la tierra— , no hacen otra cosa que señalar al aire, pero no al vacío: «demuestran, en efecto, que el aire es algo, retorciendo odres, y prueban también que el aire es resistente, encerrándolo en clepsi­ dras»227. No las tiene todas consigo Aristóteles en las explicaciones de Anaxágoras, incluso le parece tonto afirmar no sé qué subires y bajares de aires y éteres que así sostendrían la tierra, coacciones y torbellinos que la pondrían en el centro, pues la concentrarían en el centro del cielo 228. Diógenes Laercio nos cuenta que, según Anaxágoras, al comienzo los astros se movían como por una cúpula, siendo el polo perpendicu­ lar a la tierra, pero que luego adoptó su inclinación, por lo que parte de su trayectoria — hay que deducir con evidencia, aunque no se afir­ me aquí— se hace por debajo de la tierra 229. La expresión de que la tierra «sigue siendo un meteoro» puede lla­ mar a engaño: 'meteoro’ significa, simplemente, aquello que está en lo alto o que se eleva, que está suspendido en el aire por el procedimien­ to que fuere. que sería la tierra. Para Anaximandro dicha altura sería un tercio del diá­ metro de la base (DK 12 A 10, 11 y 55). 226. A ristóteles , Del cielo 294b, en G II 727. 227. Aristóteles, F ís . 213a, en G II 729 (DK 59 A 68), en A. J. Cappelletti, o. c., 46. 228. Cfr. Aristóteles, Meteor. 365a y Del cielo 295a, en G II 731 y 732 (DK 59 A 89 y 88), en A. J. Cappelletti, o . c ., 53-54. 229. Diógenes Laercio II 9, en A. J. Cappelleiti, o. c ., 18, en G II 760 (DK 59 A 1). Cappelletti, p. 72, nos recuerda que la idea de que esta inclinación no es originaria sino que se produjo después se encuentra también en Em- pédocles; cfr. Aecio II 8, 2, en G II 355 (DK 31 A 58i): «Dice Empédooles que al ceder el aire al impulso del sol se inclinaron los polos, y las zonas boreales se elevaron mientras que las meridionales se deprimieron, de tal modo tam­ bién el mundo entero se inclinó».

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