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2 1 6 ALFONSO PEREZ DE LABORDA dieval. Pero, además, son múltiples los temas concretos, astronómicos, metereológicos, biológicos; más aún, tenemos ya los colores fundamen­ tales con los que tenemos que salir hacia una aventura quijotesca: la de pintar el universo entero. I X Con Anaxagoras nos aproximamos de nuevo a Mileto, pues era de Clazomene, cerca de Esmirna. Fue además discípulo de Anaximenes; ciertamente no discípulo de aulas, pero sí de doctrina. Aunque de fa­ milia muy poderosa, renunció a su herencia, es decir, a toda ambición política y de fortuna. «Todo su interés se concentró en el conocimiento puro, esto es, en la contemplación 'desinteresada’ de la naturaleza y, particularmente, de la naturaleza celeste» 18a. Ya nos lo dijo Aristóte­ les: la gente piensa que Anaxágoras y Tales conocen cosas maravillo­ sas pero inútiles, «porque no buscan los bienes humanos» 186. Lo que él busca es contemplar el cielo y el orden existente en todo el universo, en el cosmos (toü Osiopjjoai tò v oòpavòv y.a\ x r¡y 7reprXo\ov xóajio^ xáf'.v) ,87. Dos anécdotas nos muestran, seguramente, la esencia misma del anaxagorismo. La cabeza de un carnero con un solo cuerno fue ocasión de que Lampón, el adivino, lo interpretara como signo de que en las luchas por el poder entre Tucídides y Pericles, vencería aquél a quien se le había manifestado. Anaxágoras, tras la disección anatómica de la cabeza del animal, demostró que se trataba de una anomalía congènita. Plutarco, que es quien nos refiere la historia, señala pudorosamente que «entonces Anaxágoras fue admirado por los presentes, pero un po­ co más tarde lo fue Lampón, ya que Tucídides fue desterrado y todos los asuntos del pueblo quedaron confiados por igual a Pericles»188. Llamaba al sol «piedra incandescente por la inmensurabilidad del in- 185. A n g e l J, C appelletti, La filosofía de Anaxágoras, Caracas 1984-, 189. 186. A ristóteles, Et. Nic. 1141b, en G II 647 (DK 59 A 30); María Araujo y Julián Marías en lugar del «decimos» de Conrado Eggers Lan en su traduc­ ción en G II, proponen «dice la gente», no sea que se vea Aristóteles impli­ cado en ese decir. Cfr. Platón, Hipias mayor 283a. 187. A ristóteles, Et. Eud. 1216a, en A. J. Cappelletti, o. c., 30 (DK 59 A 30). 188. Plutarco, Feríeles 6, en A. J. Cappelletti, o. c., 25 (DK 59 A 16).

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