PS_NyG_1987v034n002p0163_0252

EL NACIMIENTO DE LA CIENCIA 213 entiende Aristóteles este ciclo. Que haya reposo en el momento inicial y final del cielo, en el Esfero, no cabe duda. Que también lo haya en el momento contrario a éste, cuando el Odio lo domina todo, como pare­ ce que se insinúa en ese texto aristotélico, hay que ponerlo en duda. «Desorden cósmico» es llamado ese terrible momento en que el Odio lo domina todo: «allí ni se distingue la brillante figura del sol ni el frondoso género terrestre, ni el mar», momento en que, al decir de Plutarco 178, «la tierra no participaba del calor, ni el agua del soplo del aire, ni nada pesado había arriba, ni nada liviano abajo; en cambio, los principios de todas las cosas se hallaban sin mezclarse, sin amarse y solitarios, sin admitir entre sí combinación o comunicación, sino hur yendo unos de otros y evitándose y trasladándose con sus propios obs­ tinados movimientos». En esa máxima tenebrosidad es donde aparece la amabilidad: «Cuando el Odio alcanzó el fondo máximo del torbellino y la Amistad llega al centro del remolino allí entonces todos ellos confluyen hasta ser Uno solo, no en seguida, sino uniéndose voluntariamente por uno y otro lado. Y al mezclarse éstos surgieron millares de razas mortales; pero muchos permanecieron sin mezclarse, alternando con los que [estaban confundidos —todos aquellos que el Odio retenía en suspenso. Pues él aún, no sin [reproches, se alejó totalmente de ellos hacia los últimos límites del círculo, sino que en parte permanecía y en parte había abandonado los [miembros. Pero siempre, cuanto más se alejaba, tanto más se producía la amable e inmortal embestida de la irreprochable Amistad. En seguida se hicieron mortales aquellos que antes conocieron la [inmortalidad, y mezclados los que antes eran puros, trocando sus rumbos. Y al mezclarse éstos surgieron millares de razas mortales, dotadas de toda clase de figuras, algo maravilloso a contemplar»179. Al comienzo de estas páginas ya advertí que aparecerían en los pen­ sadores presocráticos textos que nada tendrían que envidiar a los viejos poemas de Hesíodo. Sin embargo, ahora al leerlos sabemos que su lec- 178. P lutarco , Sobre la faz que aparece en la órbita de la tuna 926D, en G H 340 (DK 31 B 27). 179, S im p lic io , F ís . 32, 11, en G II 342 (DK 31 B 35).

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz