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1 6 6 ALFONSO PEREZ DE LABORDA Es digno de ser leído también el himno de !a creación del Rigveda: «Entonces no había ni la nada ni la existencia. No había aire entonces ni los cielos por encima. ¿Qué lo cubría? ¿Dónde estaba? ¿Quién lo guardaba? ¿Había acaso agua cósmica, informe en lo profundo? Entonces no había ni muerte ni inmortalidad, ni había entonces una antorcha ni de día ni de noche. Alentaba el Uno sin aire, de sí mismo sustentado. Este Uno existía entonces y ninguno otro. AJ principio sólo había tinieblas envueltas en tinieblas. Todo era tan sólo agua no iluminada. El Uno que empezó a existir, envuelto en nada, surgió al fin, nacido del poder del calor. En el principio sobre él descendió el deseo, semilla primordial, nacida de la mente. Los sabios que han escrutado sus intimidades con prudencia saben que lo que es, es afín a lo que no es. Y han lanzado su cuerda sobre el vacío, y conocen lo que arriba existía y lo que existía abajo. Las potencias seminales fecundaron las fuerzas poderosas. Abajo estaba el vigor, y sobre él el impulso. Pero, después de esto, ¿quién sabe y quién puede decir de dónde todo esto procede y cómo sucedió la creación? Los mismos dioses son posteriores a la creación, ¿quién puede en verdad saber de dónde ha surgido? Cuáles son los orígenes de la creación, él, si Ja modeló como si no la modeló, él lo sabe, el que la vigila desde el sumo cielo, él lo sabe. O quizá tampoco lo sepa» 6. La cosmogonía, pues, está integrada en el juego de los dioses. Se busca la explicación de lo que hay, nuestro mundo, remontándose a los principios en los que esto que hay apareció como producto de los dio ses. La subida hacia ellos nos da razón de lo que hay; la bajada desde ellos nos ofrece la moralidad, el pensamiento sobre el bien y el mal. Son relatos (mitos) que nos sacan de lo nuestro para buscar las causas de ello en el juego de los dioses. Es ahí, también, donde se coloca el poeta griego Hesíodo en su Teo gonia1 . Primero hubo Xr/0^ luego, después, Tierra y Eros. Tierra, en 6. Rigveda X , 129, en M. E liade , o . c ., 121-122. 7. A p artir del verso 116. Las partes más importantes del texto de Hesíodo
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