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180 ALFONSO PEREZ DE LABORDA ros enteros y la configuración de series que en ellos se descubren. La unidad para ellos tiene, por así decir, espesor — aunque sea, evidente mente, insecable, pues es 'uno’ y no 'multiplicidad’— , se trata de una piedrecilla, una esferilla que se coloca junto a otras idénticas a ella pa ra formar todos los demás números enteros; estos, por tanto, siendo meras abstracciones aritméticas, tienen configuración geométrica. Pre cisamente la visualidad de la colocación es lo que hace adivinar nuevas y nuevas series de números en las que encontramos relaciones específi cas entre algunos de ellos, sin límite, pues esas series van hasta los nú meros tan grandes como se quiera 40. De la aritmética nace, por tanto, la figura geométrica, nace su inte rés por los cuerpos sólidos y su configuración y las relaciones que den tro de sus distintas líneas y superficies se establece. Estas relaciones son siempre relaciones numéricas, pues las líneas, las superficies y los vo lúmenes son medibles. Por eso se establece una correlación estrechísi ma entre aritmética y geometría. La medición, además, como se com prende enseguida, no es otra cosa que una relación con una magnitud que se toma como unidad. La unidad aritmética es siempre la misma: el uno. La unidad geométrica, en cambio, se establece a voluntad pues no es otra cosa que una comparación entre, por ejemplo, dos líneas. Precisamente de ahí es de donde sale uno de los más graves escán dalos con los que se encontraron Pitágoras y los primeros pitagóricos, hasta el extremo de prohibir bajo las máximas penas el revelar el se creto. Este secreto es el de la inconmensurabilidad, el de los números irracionales. Hay líneas, cantidades geométricas, como el lado y la dia gonal de un cuadrado, en las que no es posible tomar ninguna unidad, incluso eligiéndola tan pequeña como se quiera en magnitud, de tal manera que con ella se mida a la vez el lado y la diagonal. Está aquí el número irracional A quien reveló a los no iniciados la naturaleza de la conmensura bilidad y la inconmensurabilidad, abominó tanto de él el resto de la comunidad, «que no sólo lo expulsaron de la comunidad y de la casa común, sino que incluso le construyeron una tumba, como si efectiva mente hubiera perecido para la vida que, junto a hombres, había lle- 40. Sobre la teoría de los números de los pitagóricos, puede verse A. P érez de L aborda , ¿Salvar lo real? Materiales para una filosofía de la ciencia , Madrid 1983, 21-38. Sobre el comienzo de las matemáticas griegas, lo mejor es el li bro de Árpád Szabó, publicado originalmente el año 1969 en alemán, puede verse la traducción francesa: Les débuts des mathématiques grecques (París 1977). Evidentemente, aunque mucho más antiguo, también Thomas Heath,
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