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176 ALFONSO PEREZ DE LABORDA I I I El pitagorismo es otro mundo. Con Pitágoras se inicia una larga tradición, que va mucho más allá de la mera sabiduría y desengaña­ miento del cosmos: es una manera de vivir, es una ascética y una mís­ tica, es una manera de colocarse frente al mundo y frente a la socie­ dad, es una orden monástica. Para colmo, los pitagóricos son de otras tierras. Estamos ya muy lejos de los milesios, en la parte occidental de la actual Turquía, y tenemos que irnos hasta la otra punta del mundo griego, la península italiana y Sicilia. Solo más adelante caeremos so­ bre el centro mismo de la Grecia clásica: Atenas. En los milesios había una preocupación fundante: las cosas todas forman una unidad, forman un todo, y ese todo tiene un único princi­ piar, del que todo se origina y al que todo viene a volver, en un pro­ ceso que Aristóteles va a llamar de generación y corrupción. Hay una naturaleza, pero no amorfa y desordenada, sino informada de un prin­ cipio único, que todo, pues, lo ordena, constituyéndolo en cosmos, es decir, un todo con su ordenamiento propio, el único que en definitiva hay, pues todo lo informa y de todo está informado. Pitágoras y sus seguidores miran igualmente todas las cosas e in­ tuyen en ellas algo que es decisivo para ellas, pero que les es invisible, no sólo en tanto que está por debajo y la vista no es capaz de verlo (se va a necesitar la inteligencia para ello), sino que es una invisibilidad distinta, radicalmente distinta. Lo que informa de todo no será ya un principio que todo lo principia, sino un por debajo y distinto, una co­ sa que nada tiene de 'materialidad’ de cosa, sin ser una abstracción sin realidad, sin cosidad, una abstracción que nada tiene de cosa, sino que es música, es ordenación según la ordenación musical, de ahí que sea número. En el pitagorismo — al menos tal como lo veo— , en el principio era la música, la belleza de lo oído, la inmaterialidad de los sonidos bellos, ese mundo impalpable, inapresable, que nos viene de fuera, que nos atrapa y se hace con nosotros, que nos informa por dentro a la vez que nos informa de una belleza que se hace con nosotros, estando fue­ ra de nosotros. Sólo quien ha vivido la belleza de lo auditivo y se ha parado a contemplarla para desentrañar su misterio, puede descubrir que la esencia última de la música es número.

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