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104 JOSE LUIS LARRABE actitud eterna de Cristo que es compasión para nosotros; no es sólo un «creer lo que no vemos», cuanto «un esperar contra aquello que se tiene a la vista» (p. 33). Es una esperanza contra toda esperanza, es decir, en la que según la experiencia y lo que puede pensarse «no hay nada que esperar» (ibid.). Sacerdotes basados solamente en la fe, en la experiencia de Cristo: he aquí la conclusión a que desemboca esta tercera parte del libro (pp. 33-34). 4. Oración sacerdotal La Carta a los Hebreos nos denuncia la separación que hemos he­ cho entre sacerdocio y vida... Lo que se ofrecía era un rito, no la propia vida; y se producía un divorcio entre sacerdocio y oración, dice el autor del libro (p. 35). Pero la oración es constitutiva del sacerdocio, añade acertadamente a continuación. La oración pertenece al esse mis­ mo del sacerdote, no sólo al bene esse del sacerdote (p. 35). No es algo accidental ni extrínseco. «La oración que ofrece el sacerdote es precisamente su propia exis­ tencia presentada y transformada en la oración y por la oración» (p. 37). La capacidad de compasión se requiere por parte de todo sacerdote; interpretando benignamente a favor de los hombres que pecan, «que ignoran y yerran». Es una gran compasión humana hacia los débiles «como que excusa de alguna manera su pecado» [en el sentido de comprensión, claro está, no de justificación] (p. 40). El sacerdote, todo sacerdote (según esta Carta a los Hebreos) se reconoce en su condición pecadora como los hombres de este mundo, y necesitado [de perdón] como todos los hijos de la tierra (p. 41). Pues resulta que este mismo «hombre es llamado por Dios para asumir un oficio enteramente original en la vida: la mediación ante Dios, la orientación de las existencias humanas hacia Dios. Porque los hombres necesitan de esto y yo estoy profundamente persuadido de ello. Hoy falta esto en algunos. Y el ministerio se convierte en una asistencia social psicológica, educacional. Todo eso es necesario e indis­ pensable. pero no hay que olvidar lo definitorio del sacerdote» (p. 42). El ofrecimiento de sí mismo que Cristo hace desde la situación mor­ tal dramática, y desde la oración, es un ofrecimiento sacrificial según

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