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JESUCRISTO, SALVADOR Y LIBERADOR 77 La salvación ofrecida por Jesús tiene tanto una dimensión histórica como una dimensión escatologica. Sólo articulando adecuadamente lo histórico y lo escatologico entendemos lo que significa la afirmación de que Jesús se entregó por «todos» y por todos los «pecadores». A la luz de la resurrección se produce una universalización y una radicalización de la proexistencia de Jesús, presentándolo como el salvador escatologi­ co: «Se escatologiza el valor salvifico de la muerte de Cristo, pues ésta es no sólo producto histórico de la voluntad de los hombres, sino vo­ luntad del Padre que entrega al Hijo por nuestra salvación... La figura de este salvador escatologico sobrepasa la presentación de la primera pro-existencia de Jesús en favor de los pobres, pero no la elimina e incluso ésta tiene su importancia para comprender al salvador escato­ lògico»102. Los primeros cristianos y los diversos modelos soteriológicos del NT y de la Tradición han percibido en el núcleo y origen de toda soteriologia los siguientes elementos103: 1) Cristo se da a sí mismo. Históricamente, en su vida en favor de los pobres; escatològicamente, en su muerte que es entrega total. Aparece aquí el amor como elemento salvador fundamental, y Cristo como quien ama en totalidad; 2) Cristo ocupa el lugar de los hombres. Históricamente, recibiendo él la con­ secuencia objetiva del pecado histórico de otros; escatològicamente, cargando con el pecado del mundo, con el que todo el mundo debiera cargar. Aparece aquí el elemento de solidaridad y sustitución, presente en la soteriologia clásica; 3) Cristo se entrega según la voluntad salvifica del Padre. Históricamente obe­ deciendo las voluntades plurales del Padre durante su vida que le remiten a ese trágico final; escatològicamente, aceptando ese trágico final, aceptando ser entre­ gado por el Padre y aceptando en ello que la cruz es su último servicio salvador. Aparece aquí el designio inescrutable de Dios no ulteriormente analizable; 4) Esa entrega de Cristo es salvación y aparta de los hombres la ira venidera. Es propiamente el misterio de salvación. Históricamente, Dios se acercó defini­ tivamente a los hombres y aparta definitivamente su ira. Ningún pecado, ni la muerte de su Hijo hace reversible la cercanía de Dios. Más aun, en esa muerte, Dios ha dicho al modo humano su última palabra como palabra de gracia: a pesar de y en la muerte del Hijo, Dios está amando al mundo y comprometién­ dose irrevocablemente en su amor. La entrega y la muerte de Cristo causan la

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