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JESUCRISTO, SALVADOR Y LIBERADOR 67 no sería el Hijo»82. Desde la hermandad que implica la divinidad de Jesús, habría que reformular en categorías históricas la diferencia entre Cristo y los cristianos. La teología clásica formulaba la diferencia soste niendo que a Jesús le correspondía por esencia lo que a los cristianos correspondía por gracia. Si reformuláramos esto en categorías históricas tendríamos lo siguiente: «La diferencia fundamental consistiría en que Jesús es aquel que ha vivido en plenitud y originariamente la fe, el que ha abierto el camino de la fe y lo ha recorrido hasta el final»83. El seguimiento de Jesús es el lugar adecuado para una correcta intelección de la filiación divina y de la diferencia entre Jesús y nosotros: «la divini dad de Jesús se desvela históricamente en la experiencia de hacer histo ria junto con Jesús. Dicho brevemente, que Jesús sea el Hijo sólo se sabe en comunión de hermandad con él, en seguir el camino de su fe»84. Creemos verdaderamente que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, cuando, movidos por Dios, nos esforzamos por hacernos hijos de Dios. Y nos hacemos hijos de Dios construyendo la fraternidad. 3. Dios de vida Pero, ¿tiene sentido en una situación de extrema pobreza hablar de Dios?, ¿se puede elaborar un discurso pertinente y relevante sobre Dios desde la opresión y la represión?, ¿cómo presentar un Dios de vida en un continente de muerte? Tratemos de encontrar alguna respuesta a estos angustiosos interrogantes. La pobreza es vida aniquilada. Aniquilada lentamente por las es tructuras opresivas y rápidamente por los aparatos represivos de tales estructuras. En América Latina se muere antes de tiempo. Los rostros famélicos y los cadáveres así lo atestiguan: «los mártires atestiguan que los pobres mueren ‘antes de tiempo, por el hambre y por las balas. Es, por ello, que sus cadáveres resultan subversivos... y que el poder repre sivo no los entrega o se niega a revelar los elementos que permitirían conocer las circunstancias precisas de su muerte»85. 82. CAL 80. 83. Ibid. 84. CAL 81. 85. G . GUTIÉRREZ, La fuerza histórica de los pobres , 112.
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