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JESUCRISTO, SALVADOR Y LIBERADOR 43 mental e insustituible, pues de esa forma se expresa la primera iniciativa de Dios, la gracia de Dios, el devenir él mismo hombre. Ninguna otra consideración puede sustituir el reconocimiento de ese fundamental don que Dios hace de sí mismo en Jesús. Pero no es menos cierto que el mismo descenso de Dios a la historia no se capta, ni siquiera como don, en su pura formalidad abstracta, sino cuando se observa su conte­ nido concreto, Jesús. Para la fe no se trata sólo de aceptar un gran prodigio de Dios, sino que es decisivo esclarecer qué es ese prodigio, pues sólo ese qué transmite al hombre el contenido del prodigio: el real y salvífico acercamiento de Dios a los hombres, compartiendo su condi­ ción hasta los extremos de la cruz, impartiendo significado a la vida humana, generando una esperanza para la historia y moviendo a trans­ formarla en la dirección de la justicia, la libertad y la fraternidad»29. Un tercer presupuesto es crítico y según él se debe afirmar la posibilidad en medida suficiente de acceder a la historia de Jesús. Por último, existe un presupuesto pastoral consistente en los diversos intereses con que se aborda a Jesús. Esos intereses van desde un intento apologético hacia afuera y un deseo de calmar las propias dudas hasta la búsqueda de sentido a la existencia y la búsqueda de estímulo para proyectos de liberación colectiva. 2. Cristo desde Jesús La opción por una cristología ascendente pretende no sólo desma­ nipular a Cristo sino acceder al Cristo total. Históricamente se constata la tendencia a ignorar a Jesús aun cuando se confiese la fe en Cristo. El docetismo y el gnosticismo han sido una tentación permanente de la Iglesia. Se puede aceptar a Cristo, ignorando y rechazando a Jesús ex­ plícita y, sobre todo, implícitamente. La CL insiste en que «no basta con <$ecir que Jesús es el Cristo, que es Dios y es hombre; hay que decir que Cristo es Jesús y que la realidad última de lo que es ser hombre ha aparecido en Jesús»30. La cristología, cuya esencia es la explicitación del sentido totalizante de la realidad de Cristo, necesita un punto de partida. Subjetivamente, el punto de partida es la fe vivida que confiesa que Jesús es el Cristo 29. Jesús de Nazaret, en CFP 481. 30. Jesús de Nazaret, en CFP 482.

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