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36 JESUS ALONSO GUERRERO Las estructuras no son cosas, sino un modo de relación entre cosas perceptible principalmente en los hábitos sociales (prejuicios raciales, religiosos, políticos, sexuales) y en las leyes que legitiman prácticas so­ ciales perversas (esclavitud, poder arbitrario, etc.). Las estructuras injustas son un mal tanto objetiva como subjetiva­ mente. Objetivamente, el pecado estructural se presenta como una enti­ dad suprapersonal e independiente de la conciencia. Subjetivamente, implican la conciencia del individuo: «Esas estructuras injustas son para la sociedad lo que la concupiscencia es para el individuo: llevan y arras­ tran al mal. Por eso, podemos decir de ellas lo que decimos de la concupiscencia: son ‘pecaminosas’. Pensemos, por ejemplo, en una es­ tructura económica donde el patrón debe pagar a los obreros un salario de hambre para mantener la competencia; pensemos en un régimen político que ha de usar la violencia contra los grupos rebeldes, para imponer el orden social, etc. Pero tales estructuras pueden ser también un mal en el sentido subjetivo, cuando nos adherimos personalmente a ellas, cuando nos aprovechamos de ellas, cuando las apoyamos y consi­ guientemente las reforzamos. En la mayoría de los casos hacemos esto ingenuamente, sin darnos cuenta de su iniquidad sin conciencia ni críti­ ca... Pero sucede también que esto se hace con plena advertencia...»lA. El hecho de que se hable de pecado indica el paso del plano ético al plano religioso. La miseria y la explotación que reinan en el subcon- tinente provocan a Dios, que no quiere la miseria y abomina la injusti­ cia. El tránsito del plano socioeconómico al plano religioso obedece no a una yuxtaposición extrínseca o puramente jurídica de dos órdenes ajenos el uno al otro, sino que está justificado por una relación interna y esencial perceptible con ojos de fe. No se trata de un esquema religio­ so dogmático que se superpone más o menos artificialmente a los análi­ sis sociales, sino más bien de una experiencia que antes y más allá del análisis, reconoce en la injusticia una dimensión profunda que se perci­ be por contraste recortada sobre un fundo absoluto. Se habla aquí de pecado no sólo porque se ha violado un código moral que se ha recibi­ do como revelado en aquel tiempo por un Dios arbitrario y ajeno al mundo y a la historia, sino porque se tiene una concepción de Dios que no sólo dicta desde su cielo mandamientos de justicia para uso de sus fieles, sino que se halla comprometido en la historia concreta y se 14. Id., o . c., 31.

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