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24 GERMAN ZAMORA Regía los destinos de los Reales Estudios su segundo director, don Manuel Abad y Lasierra, arzobispo de Selimbria, nombrado poco des­ pués inquisidor general. Villafañe había muerto antes de mediado 1792. La polémica en torno al derecho natural asumía en algunos la pos­ tura radical de abolir enteramente su enseñanza y, en otros, la modera­ da de cambiar sólo los textos por donde se cursaba. Pero, en ambos casos, la meta era idéntica; expresada con las palabras del arzobispo: «que los discípulos que concurren a ella no se inficionen». El dictamen dado por él a S.M., a 24 de septiembre de 1792, se inclinaba hacia la decisión débil de una simple mudanza en los textos. Se basaba en que, por un lado, no convenía «defraudar a nuestra juventud de un estudio tan necesario a la buena moral, y demás ciencias, en que interesa prin­ cipalmente la religión y la justicia» y, por tanto, debía conservarse su enseñanza. Pero, por otra parte, los yusnaturalistas clásicos, como Gro- cio, Pufendorf, Clark o Heinecio, retenían, aun expurgados, su resabio heterodoxo: «Ni el Grocio con su mucho saber, ni el Puffendorf con su nuevo sistema, ni el Clarke, ni otros muchos que han escrito sobre el origen de la justicia, de la legislación natural, y del principio de las obligaciones naturales del hombre —escribía— hallo que sean autores oportunos para la enseñanza de nuestras escuelas de España». En vez de esos tratadistas extranjeros, y para sustituirlos con venta­ ja, debía buscarse un profesor nacional capacitado para componer un texto ecléctico de derecho natural y de gentes, en el que aunara lo bueno de los autores proscribendos con las exigencias de «la pureza de la fe, la legislación y máximas laudables de la nación». Incluso este texto de autor nacional debía ser examinado con escru­ pulosa diligencia, para ver si realmente había conseguido cribar «el grano útil de entre tanta cizaña como se ha sembrado en los tratados de esta facultad»: y sólo entonces debiera deputárselo apto para la enseñanza en todas las escuelas del país. De este modo, sentenciaba el director inquisidor —que por el he­ cho de serlo en aquellos momentos tenía que conjugar en su persona la mente de un ilustrado o progresista con la de un conservador un tanto a ultranza— «quedábamos libres de los cuidados y recelos que inducen en esta facultad los autores extranjeros». Como sucedáneo interino, ya que el texto «reinícola» tardaría en surgir, proponía el de Antonio Martini, seguido en Viena, Tréveris y otros países católicos. O, por no ser de fácil adquisición en España la

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