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2 2 GERMAN ZAMORA presionar sobre el gobierno con objeto de que impusiera la filosofía moderna en todas las escuelas y, por ella, el estudio de las ciencias: «Verdaderamente, Señor, esta es una prueba clara de lo que es capaz nuestra nación en materia de literatura, y de lo que se puede esperar de sus excelentes ingenios, si en las escuelas públicas se les diera la instruc­ ción que se da en otros países: seguramente no nos harían entonces los extranjeros, en este particular, las ventajas que nos hacen». No eran esas las únicas causas del retraso. ¡En el mismo año cam­ biaba su cátedra de lógica en San Isidro el clérigo Ibáñez Falomir por una canonjía de Tarragona! Sin embargo, para los cuatro informantes, el obstáculo principal radicaba en el despilfarro de los años juveniles, fabricando ergos y aprendiendo las técnicas del barbara celarem. «Por nuestra desgracia, los primeros años de nuestra juventud española se emplean en la filoso­ fía escolástica que, desterrada ya hoy, como inútil, de toda la Europa culta, está como atrincherada en nuestra península, sin que la hayan podido desalojar las sabias y repetidas providencias de V.A.: tal es el tesón con que la sostienen los que no saben otra cosa y se avergüenzan de confesar, como dice Horacio, que es preciso olvidar en la vejez lo que se aprendió en la juventud». El manifiesto concluía amonestando de la esterilidad de todo plan en pro del progreso nacional mientras no se barriera de España el escolasticismo. Con énfasis y seguridad dignos del Asistente sevillano, ponía como premisa incontrovertible del resurgir de España el dar car­ ta blanca en ella a la nueva filosofía y raer la aborrecida del Peripato: «Lo cierto es que, mientras no se logre este triunfo, mientras no se destierre de nuestras aulas el escolasticismo, mientras no se enseñen en su lugar la buena filosofía, las ciencias naturales, y las matemáticas, que son el verdadero origen de las artes, de la industria, y de toda la prospe­ ridad de una nación, se fatigan en vano los que por otros medios han creído que se puede elevar la nuestra al colmo de su felicidad»11. Precisamente entre los opositores se presentaba un destacado culti­ vador de la ciencia experimental, si damos crédito a la noticia biográfi­ ca de sus gestas, que transmite el informe. Llamábase Pascual Arbuxe- ch, y era nativo de Gandía. Procedía de la universidad edetana, en la que había opositado seis veces a cátedras de filosofía, «defendiendo la 11 . Ibid.

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