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LA REFORMA DE LOS ESTUDIOS FILOSOFICOS.. 21 Un memorándum en pro de la filosofía moderna En 1784 enviaban al Consejo su informe ritual sobre las oposiciones a la cátedra de lógica los cuatro examinadores de los concursantes. Entre esos jueces aparecen F. Meseguer y Antonio Tavira. Su escrito rebasaba las exigencias de un informe «catedrero», y se convertía en una especie de memorándum en pro de la filosofía moderna y en contra de la escolástica, cuyo último reducto, como había afirmado antes que ellos la Enciclopedia, se obstinaba en seguir siendo España. Bajo ambos aspectos merece un breve comentario. Alegrábanse los censores de la inusitada concurrencia a aquellas oposiciones, según ellos, la más nutrida que se recordaba. Veían ahí un signo de la difusión de la filosofía moderna en «casi todas las provincias y estudios generales del reino», de donde procedían los concursantes. «Los mejores autores de la lógica moderna —afirmaban— y los menos comunes en España, el Lock (sic), el Malebranche, el Condillac, son familiares a casi todos». Pero aun les llenaba de mayor satisfacción la postura que no pocos de los opositores habían adoptado frente a esos filósofos. «A muchos les hemos oído no sólo entenderlos, sino criticar­ los y aun impugnarlos en algunas cosas, con juicio y conocimiento». Esto les parecía tanto más admirable cuanto que no era aventurado imaginarlos estudiando la filosofía moderna poco menos que a hurtadi­ llas para evitar el ridículo, o la persecución, por ser contrarios a seme­ jante ocupación no sólo las escuelas públicas, sino «los más que pasan entre nosostros por sabios»: «Pero todavía parecerá esto más admirable —aseguraban—, haciéndonos cargo de que este es un estudio entre nosotros de pura afición, y aun contrario del que se profesa en las escuelas. Y que es preciso que estos jóvenes lo hayan hecho privada­ mente en sus casas, y tal vez a escondidas, porque no se burlasen, o acaso no los persiguiesen los que lo tienen por inútil, y aun por perni­ cioso, que son los más que pasan entre nosotros por sabios». Afirmar eso en 1784 no dejaba de tener tono hiperbólico, y hubiera convenido más exactamente al estado de cosas una década atrás. Por­ que, como veremos, para esa fecha había sido adoptado como texto oficial en algunas universidades andaluzas y aragonesas el Cursus filosó­ fico de Villalpando, y en otras el de Jacquier, o el de Fortunato de Brescia. Quizás los ponentes no retrocedieran ante la exageración para

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