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20 GERMAN ZAMORA En matemáticas se señaló como libro de texto el de Benito Bails y un resumen del de Rosell. En derecho, el de Heinecio. Para la explica­ ción de la física experimental se adquirieron los instrumentos necesa­ rios, «preciosa colección», que tardó en ser utilizada, pues en 1776 participaba Villafañe a Roda que yacía «en una sala baja de los Estu­ dios, entregada al polvo, humedad y carcoma», siendo precisa una in­ versión de cien mil reales para repararla9. Cada catedrático de filosofía percibía mil ducados anuales en hono­ rarios. Si a los profesores de cualquier facultad que se distinguieron en el cultivo de la misma les habían sido prometidos premios al mérito, Carlos III señalaba, en 1785, 300 ducados como pensión eclesiástica a los estudiantes distinguidos por su aplicación al estudio del derecho natural y de gentes, disciplina eclesiástica, y filosofía moral —las tres «Gracias» del ilustrado régimen— . Quería igualmente que se honrara con premios al alumno más sobresaliente en matemáticas, física experi­ mental y lenguas griega, latina, hebrea y árabe, tras examen público10. Réstannos un par de pinceladas para completar el cuadro que ofre­ ció aquella institución oficial, pretendidamente modélica, dentro del panorama de la enseñanza filosófica y de la cotangente del derecho. En cuanto a la evolución de la primera hasta el fin del siglo, siguieron los Reales Estudios de San Isidro su propia trayectoria, sin las luchas fre­ cuentes en las universidades, donde continuó siendo la facultad de filo­ sofía el caballo de batalla para la renovación ideológica del país. En cuanto a la segunda, no fue excepción San Isidro a la vicisitud corrida por la docencia jurídica en todos los centros intelectuales de aquél, después de la Revolución francesa. 9. Ibid., leg. 948. Carta del 11 de mayo de 1776. Al opositar D. José Ibáñez Falomir en 1772, el relator fiscal lo había presentado en estos términos: «...su estado, sacerdote; vida muy arreglada a él; sus empleos (aue se me dice ha desempeñado con notoria conducta) de catedrático de filosofía en la universidad de Valencia, y el de maestro de pajes del difunto arzobispo de aquella diócesis; en edad que demuestra juiciosa seguridad para su magisterio público; con bastante memoria; en la censura, de primer lugar preferente por los examinadores, y tercero por Piauer». Andrés Piquer proponía a D. Gregorio Monzó en primer lugar «en punto a talento, gusto y aplica­ ción» (AGSGJ, leg. 972; cf. también Memorial literario, abril 1984, p. 61). 10. Ibid., leg. 973.

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