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EL HOMBRE Y LA HISTORIA DE EDUARDO NICOL 487 1) «Estoy en la situación de un ser que vive una vida única». Es decir, no puedo volver a vivir lo vivido. Por ello mi vida tiene un «sentido», que, de otro modo, se convertiría en un hecho natural, indiferente e indistinto. De aquí la dignidad del hombre que E. Nicol denomina «sobre-natural» 201. 2) «Estoy siempre en la situación de un ser que no puede retro­ ceder. Tampoco puedo detenerme» y, por ello, «estoy en la situación de un ser que seafana siempre» 2Q2. 3) «Yo estoy en la situación de un ser que nace y muere y piensa su nacimiento y su muerte». Si el afán era índice de la autonomía, el principio y el fin, el nacimiento y la muerte, muestran mi limita­ ción 203. 4) Tener que optar en la vida 204. 5) Saber que en la vida no podemos evitar el error ni el pecado 205. Todas estas situaciones vitales fundamentales son la consecuencia de nuestra temporalidad y nuestra espacialidad. En el primer caso, debido a que la temporalidad convierte mi vida en algo limitado, con un fin, he de afanarme proyectándome hacia el futuro. Si no tuviéramos un «fin», si viviéramos siempre, no habría afán ni prisa para ganar la vida. En el segundo caso, por la espacialidad, ocupamos un lugar. Si se diera la ubicuidad no llevaríamos a cabo acción alguna 206. 201. PSV 110-111. Las vidas de los hombres son, realmente, en cuanto «propias» de cada hombre, irreductibles. Pero no son completamente ajenas. Porque «lo que hace el otro, lo que es el otro, es siempre algo que en principio yo mismo pudiera ser o hacer, y sólo se me hace comprensible en tanto que posibilidad mía (aquí mía se entienda como humana en general) no realizada por mí». Sólo así puedo integrar la vida de los otros hombres en la mía (Cf. PSV 11, nota 3). 202. PSV 111. 203. Ibid. 204. PSV 113. 205. PSV 113 y 115. 206. El afán sería uno de los ingredientes de la dimensión «fáustica» del hombre, cuyo elemento temporal explica así E. Nicol: «En esta dialéctica vital, nos enriquecemos a medida que aumenta nuestro pasado y mengua nuestro porvenir. Los más ricos son los más viejos, a quienes la riqueza no sirve. Los más pobres son los jóvenes, a quienes serviría toda la riqueza que no tienen todavía. Y así vamos por la vida, afanosos de ser, marchando hacia adelante, sin cuidarnos de que el ser lo vamos dejando atrás, llenan­ do el pasado, y de que el poder ser, que es futuro, se va haciendo angosto, cada vez más angosto, hasta que se anula por completo» (VH 46-47). En el caso de la espacialidad, para E. Nicol, la inmensa facilidad actual para rápidos desplazamientos — que casi dan la sensación de ubicuidad— conduce al desarraigo. Es muy distinta la actitud del colonizador o el misionero «llevando consigo al espíritu de su lugar a otro», de la banalidad actual que pierde su lugar propio y, por tanto, su espíritu. «Los que invaden el lugar que otros dejan no heredan el espíritu de los que se fueron,

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