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EL HOMBRE Y LA HISTORIA EN EDUARDO NICOL 433 las verdades. Ahora, la situación normal se ha invertido. Lo perdura ble habría desaparecido y sólo nos quedaría lo pasajero. «Esta crisis del hombre sería justamente la situación normal. Pues si toda verdad, como producto de la razón histórica, tiene una vali dez limitada temporalmente, y cumple la única función de expresar la situación vital presente, sabemos de antemano que cuantos prin cipios verdaderos logremos encontrarle a nuestra vida serán tan frá giles como ella, por lo mismo que son también vitales o históricos. La situación normal del hombre sería entonces la del desesperado de la verdad; la del ser en crisis permanente»29. Llegados a este punto, según E. Nicol, no hay otro posible camino que la renovación de la metafísica sin evadir el problema de la histori cidad. Sólo la metafísica puede iluminar y luego solucionar el pro blema de la verdad, pues las ciencias particulares son únicamente «filo sofía especializada» 30. 2. El planteamiento tradicional de la metafísica La metafísica, enfrentada al problema de la permanencia de las cosas en el ser y del cambio o mutación de las mismas cosas, optó, desde Parménides, por el ser, por la permanencia. Todo ser poseería un centro ontologico, intemporal, recubierto por las apariencias 31. To dos los entes, además, serían contingentes, limitados, relativos, finitos, mientras que el Ser sería absoluto, ilimitado, eterno, necesario. Para establecer esta distinción entre uno y otro, la metafísica partía de unas 29. IH 17-18. 30. Historicidad y trascendencia de la verdad filosófica, en Proceedings of the Se- venth lnter-American Congress of Philosophy, Québec 1967, 93. 31. Esta elección no fue arbitraria, sino que se basó en un hecho de experiencia común: «Que en el universo hay permanencia y regularidad». Los filósofos, en su afán de encontrar estabilidad, concibieron «la idea de identidad y su correspondiente lógica, la univocidad; la idea de ser en sí, y la de inmortalidad; la idea de una razón pura; la idea de Dios y la de una verdad absoluta, universal y necesaria, indiferente y eterna» (ME 172). Recordando que este problema del tiempo ha estado continuamente presente en el pensamiento filosófico, E. Nicol afirma: «De una manera un otra, hemos tratado siempre en filosofía de oponer la eternidad al tiempo, el ser a la apariencia, lo permanente a lo mudable: o bien estableciendo dos órdenes diferentes y superpuestos, con la eternidad trascendiendo a la temporalidad; o bien manteniendo la pureza inafectada del ser subs tancial dentro del orden inmanente de la temporalidad, y como soporte de ella; o bien buscándole al proceso universal una finalidad inmanente que le diera sentido; o bien afirmando, a pesar de todo, lo eterno en lo fugaz, lo absoluto en lo relativo, lo infinito en lo finito. Y esta es la historia de la filosofía» (HE 340-341). Cf. ih 295-302, 324- 328; Fenomenología y dialéctica, en Dianoia 1973, 40.
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