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EL HOMBRE Y LA HISTORIA EN EDUARDO NICOL 513 es el reconocimiento de una misma realidad por un sujeto o por dos sujetos dialogantes: «La comunicación verbal es una invitación a par­ ticipar, que retiene a los comunicantes en el ámbito de lo comuni­ cado» 281. Si, tradicionalmente, la verdad exigía cierta distancia en relación con el Ser para que la verdad fuera objetiva, ahora la presencia dia- lógica (al margen de distinguir) reconcilia a los comunicantes con lo comunicado, a los dos órdenes del Ser (naturaleza e historia) y a la verdad con la realidad. Porque, al objetivar mediante el logos, de alguna manera nos alejamos de la realidad, quedando, al mismo tiem­ po, prendidos indefectiblemente de la misma realidad expresada en el logos. Y así se convierte en nexo de comunidad entre los comuni­ cantes y los órdenes del Ser. El ser que habla y comunica el Ser es temporal. Si el absoluto es considerado como trascendente (separado de lo temporal), el hombre debe limpiarse, paralelamente, de lo temporal para alcanzar el Ser. Por este camino, el Ser se convierte en Dios y la inteligencia humana tiende a endiosarse por la necesidad de estar más allá del devenir y encontrarse con el Ser. Por aquí se camina hacia la «razón pura». E. Nicol quiere romper con la ausencia del Ser (sea propuesta por la metafísica tradicional o por las fenomenologías reduccionistas), que conduce a la incomunicación. Por eso, señala la importancia de «que el ser sea comunicable, en un comunicado verdadero, sin que los co­ municantes salgan de la propia esfera del ser» 282. Al suprimir la trascendencia del Ser, éste queda situado en la realidad que deviene y sólo desde ella podrá pronunciarse la palabra que lo enriquezca con una presencia nueva. El hombre, más que in­ terrogar sobre el Ser, responde al Ser, dándole sentido mediante la palabra, que se convierte en el símbolo del Ser. Este no tiene historia. Pero sí es histórica su presencia en el logos: 281. me 129. Cf. PTP 27-29; CRS 256ss. Hablando de la aparición del «logos» escribe, por ejemplo: «De la materia nace el logos... Nació del barro y volverá a él; no se desprendió, pero lo superó. Pues la mate­ ria sola, si pudiera hablar, siempre diría lo mismo: su lenguaje son sus leyes, y éstas son inalterables. Tal monotonía contrasta con la polifonía del verbo, que es creador in­ cansable de formas mensajeras. Cuando afirmamos que el ser que tiene voz tiene infi­ nitas voces, indicamos que tiene esa libertad de ser que le es negada a la materia. El logos no tiene peso ni volumen, densidad o temperatura. La materia no tiene historia. Pero de la materia se hizo la historia» (CRS 276). 282. me 127.

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