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512 MANUEL GONZALEZ GARCIA veríamos de nuevo a una concepción antropológica esencialista, cosa que no acepta E. Nicol. El tiempo de su antropología es interno. Se trata, pues, de estados sucesivos que guardan entre sí conexión y uni­ dad interna, sin que sean intercambiables dentro de la sucesión total. Este tiempo es el de la libertad, que actualiza potencias espirituales y cuya perfección ética reside en la adopción de una actitud désinte- resada, no utilitarista, en el conocimiento y la presentación del Ser. El hombre es el ser que habla del Ser, mediante el logos. Por efímera que sea la existencia humana, mientras el hombre exista y conozca, el Ser será en el hombre con una nueva manera de presencia: la presencia manifestada del Ser y la presencia especial de un ser que expresa. Partiendo de lo dado, el hombre lleva a cabo una acción «poética», que constituye su destino y su vocación. No se trata de una vocación que dependa de una elección. La vocación, en el sentido que hablamos, es fruto de la condición ontologica del hombre que ha de producir, indefectiblemente, más Ser con sus palabras. Sólo las ciencias particulares pueden ser objeto de una vocación escogida libre­ mente. La palabra, y mediante ella la evidencia del Ser, no es fruto de la acción solitaria de un sujeto. La identificación del ente, cambiante y permanente en su mismidad de ser, se logra en un diálogo interior o exterior, que supone la referencia del logos a una realidad común. Con anterioridad a la existencia de la palabra, sólo había Ser. Pero, en un momento determinado (sin que E. Nicol explique cómo y cuán­ do se produjo exactamente), el Ser se presenta a sí mismo ante, en y por el hombre. La presencia del Ser supone entonces como un apa­ rante desdoblamiento en la simple percepción, desdoblamiento que parece acentuarse en el acto productivo, poético, de la palabra o logos. Este se presenta como dialéctico, porque distingue e identifica cada cosa por su nombre. Al mismo tiempo, sin embargo, reúne, ya que muestra la comunidad del hombre que conoce con lo nombrado por la palabra. La comunidad, por tanto, no se refiere sólo a los sujetos que dialogan, sino que muestra también la compatibilidad entre el mundo humano y la naturaleza. Para E. Nicol es un hecho fenomeno­ logico la comunidad de Ser y la de conocer. En esta última, la palabra tiene una importancia primordial, ya que se convierte en el órgano más importante de conocimiento por su contenido significativo y su intención comunicativa. Por eso, no es extraño que E. Nicol afirme que la historia es historia de la palabra. Ni los puros sentidos, ni la pura razón del sujeto solitario que conoce, nos ofrecen la verdad. Esta

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