PS_NyG_1986v033n003p0411_0518

EL HOMBRE Y LA HISTORIA EN EDUARDO NICOL 511 diante las relaciones que mantiene con cuanto no es su yo. No hay una esencia que se actualice de forma necesaria, uniforme, en los hom­ bres. La existencia humana es diversidad, evolución, que se concreta en una forma específica de proceso que es la historia. De aquí, la imposibilidad de dar por concluida la empresa de comprender al hombre. La multiplicidad de doctrinas antropológicas, que no sólo difieren sino que a veces se oponen entre sí, revelan que la tentativa de conocer al hombre ha sido juntamente fructífera y vana. Constantemente se abren nuevas posibilidades de comprensión, que marcan progresos a los que no se puede renunciar y han puesto de manifiesto auténticos problemas. Aunque seamos para nosotros mis­ mos la más segura e inmediata posesión, andamos como tanteando en la oscuridad y aparecen nuevos enigmas. Escuchamos nuestra voz, la voz del hombre, pero no podemos concretar definitivamente su tim­ bre. Mucho de lo que nos dice esa voz es comprensible y nos sentimos profundamente conmovidos al escucharla. Pero, al mismo tiempo, no acaba de revelarnos toda su riqueza. Bien expresaba todo esto E. Ni­ col al escribir: «Preguntamos qué es el hombre y nos llegan de la historia innu­ merables respuestas. El hombre expresa su ser, y lo transforma al expresarlo. En cada momento es capaz de ofrecer alguna peculiaridad que, siendo inesperada, es al mismo tiempo congruente con su ser. Ninguna definición o idea del hombre es completa, pero tampoco errónea: todas son de alguna manera definitivas, pues cada una realza un cierto rasgo distintivo... Parece que el hombre, cuando vuelve la atención sobre sí mismo, no acaba nunca de saber en qué consiste esa mismidad» 280. La existencia se desarrolla en una estructura dialéctica, en la que el hombre y los hombres, el hombre y el mundo, se diferencian e im­ plican recíprocamente. La alteridad es elemento constituyente de su mismidad. Precisamente, las diferencias son las que permiten crear la comunidad, sea con la naturaleza sea con los otros hombres, logrando la armonía ontologica. No hay alteridad (que es la estructura dialéc­ tica de la relatividad) que pueda romper la hermandad ontologica. La historicidad es uno de los puntos en que más insiste E. Nicol. No nos enfrentamos aquí a un tiempo homogéneo y continuo, prin­ cipio de cantidad y medida en cuanto sucesión de momentos, vacío en sí mismo. Este tiempo mantendría fuera de sí a la existencia y vol- 280. ih 11. Cf. también PF 181-182, 184.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz