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510 MANUEL GONZALEZ GARCIA semejante a la de la primera filosofía griega: el atrayente espectáculo de la realidad que es cambiando. La fenomenología nos conduce a otra certidumbre preliminar: «La evidencia del Ser no es neutra o descualificada. La primera visión de los entes refleja su variedad cualitativa. Esta variedad sería perturbadora para el entendimiento si la primera evidencia no inclu­ yese ya una nota diferencial, una cualificación o distinción ontologica, que es la originaria ordenación formal de la variedad concreta: el ser que vemos es humano o no humano, comunica él mismo o es comu­ nicable» m. Si el principio de todos los principios es que «hay Ser», éste no se muestra en estado puro. La infinita variedad de los entes se pre­ senta en la morada del Ser. En ella, el hombre aparece como centro de referencia. Toda la filosofía de E. Nicol está, de alguna manera, inundada de antropología, ya que es en el hombre donde el Ser alcanza su más preciada expresión. La concepción del Ser va a servir para comprender y explicar al hombre 279. El ser del hombre se presenta «a primera vista», en una mostración fenoménica. Por eso, nos parece que E. Nicol procede coherentemente cuando toma como punto de partida de su análisis antropológico la experiencia. El hombre no puede ser comprendido sino en un mundo dotado de contornos, en un espacio y en un tiempo determinados cualitativamente. Sólo así entenderemos el sentido de lo vivido. No se trata de realizar una operación, posterior a la experien­ cia, que infundiera sentido a las acciones humanas, sino de situarlas en una estructura, sea actual u ontologica, que las haga comprensibles. El hombre no sólo vive y experimenta, sino que quiere comprender lo vivido. Pero el ser del hombre también es dialéctico. Igual a los demás hombres por su constitución ontologica, es también diferente de ellos por su modalidad óntica o existencial. Es un ser potencial: ser y no ser al mismo tiempo, que cambia y transforma su ser mismo en y me* 278. me 127. 279. «Con esto ha de quedar fuera de duda que la historicidad del hombre no puede proponerse en filosofía como una ocurrencia episódica, ni puede provenir de una mera reacción polémica, más o menos influida por la ideología... Porque la idea contraria, la que hoy podemos llamar idea de la no historicidad del hombre, es una consecuencia teórica inevitable de las posiciones fundamentales que tomó frente al ser esa metafísica tradicional... La dificultad de concebir al hombre como ser histórico, o la dificultad en lograr que este concepto se admita con todas sus consecuencias, radica en la fuerza de esa primitiva doctrina de la intemporalidad» (PC 20).

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