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322 J. R. LARRABE Así las cosas ¿qué es primero y ante todo? El primer paso es, sin duda, acercarse a Dios, el cual creó el ser humano para ser, para ser en Dios, para subsistir en Cristo, para tener consistencia en El y hacia El. Lo demás viene por añadidura: así se va uno alejando del mal, poco a poco, día a día (a decir del Apóstol). Admitió san Agustín —cómo no— la ley de la gradualidad en la pedagogía de la conver­ sión, como la suya: «de Juan a Pedro no va un dedo» le pareció cuan­ do llegó a ser doctor y maestro de otras conversiones de almas —per­ sonas— a él encomendadas, si bien san Agustín nunca admitió la posibilidad de llegar a ser maestro de conversiones... ¡vana preten­ sión! Supuesto el acercamiento a Dios, habla él a veces de conversión a sí mismo o de alejamiento del mal. Que ¿cómo se hace una conversión de este género? No sabe expli­ carlo san Agustín, si bien sí sabe explicarse en sus Confesiones: ahí están y ahí está —la conversión— al alcance de todo el mundo, como una mano tendida de Dios a toda hora y a todas las horas, hasta la última, inclusive. ¡Más no! Lo avisa el Evangelio. Rupturas de la conversión Sabe que la conversión lleva a la ruina de todo aquello que ama­ mos: sea el dinero, que el aplauso, que los honores «vanos». Por vani­ dad no entiende él lo mismo que nosotros, sino la superficialidad que es el peor mal que le puede ocurrir a uno y ojalá que no por mucho tiempo: al ser superficial no lo salva ni Dios. Pero a cambio de esa ruina tendrán felicidad y vida: a raudales. En cambio, separarse de Dios es la muerte del alma y esto le impresiona. Conjuga san Agustín los verbos en activa y en pasiva: convertirse y ser convertido: primero esto por la gracia y luego aquello. Salvemos siempre la prioridad de la gracia, pero venga muy pronto la colabora­ ción de la voluntad, de la buena voluntad, impregnada ésta por la gracia desde dentro, muy dentro (intimus animae meae). ¿Qué antropología? Un ser humano es un ser hecho por Dios, deteriorado por el pecado, que quiere volverse a Dios; él se siente avisado, varias veces avisado, invitado a convertirse: a veces se dice que a Dios; otras, que a sí mismo. Pero ya se entiende uno y otro término. No son lo mismo, pero tampoco distinto y divergente.

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