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XVI CENTENARIO DE CONVERSION DE S. AGUSTIN 321 la purificación es fruto y resultado, expresión humana, por cierto gra­ dual, de la gracia de la conversión a Dios. Que ¿qué hubiera sido de san Agustín sin la conversión? No se hicieron muchas cábalas al respecto: quizás un presidente de juzgado, un gobernador de provincia, o algo similar. Pero no hablemos de futu- ribles: estamos aquí, convocados y reunidos, para celebrar el XV I Cen­ tenario del hecho de la conversión de san Agustín — y después de un año, el próximo— se celebrará el mismo Centenario de su bautismo. También esto es significativo: un adulto que consolida su conversión durante un año para bautizarse después de ese tiempo. Convertirse a Q ios, hacerse cristiano, no sólo, pues, un esfuerzo de purificación, tarea por otra parte difícil, imposible, si no se ponen las cosas en su sitio, por su orden: la conversión a Dios en signo anterior a la aver­ sión al pecado, como la gracia que precede el esfuerzo humano, tam­ bién necesario, claro está. Y enseñar a los demás Aunque parezca lo contrario, lo propio de san Agustín no es tanto, no es primero hacer doctrina, cuanto exponer la experiencia, la suya, de conversión. La aversión del pecado era difícil para él, particular­ mente difícil, porque amaba el aplauso, el dinero y el placer; con todo y con eso, apenas supo qué era una vida feliz hasta encontrar a Dios. Las cosas cambiaron notablemente, no del todo, cuando se hizo cris­ tiano. La tentación sigue, pero no tiene tales imperativos ni tan exi­ gentes: la voz de las pasiones no se ha acallado del todo, pero se oye desde lejos. Prevalece la de Cristo desde cerca, subyugante. Cabe también otra pregunta el año que viene, año centenario de su bautismo. Esta pregunta escuece, pero habrá que estudiarla sincera­ mente, lealmente en Congresos como éste: ¿qué hubiera sido de Agus­ tín si hubiera sido bautizado de niño como quería su madre? Pero no prejuzguemos cuestiones este año, centenario de su conversión; quede esa tarea, ineludible, como puente entre el centenario de la conversión y el del bautismo. Pero estamos tocando fondo, el nudo de la cues­ tión. ¡Cuántas ponencias, de las 155, se han asomado tímidamente a esta cuestión! La conversión suponía y supone un discernimiento: de las realida­ des de poco valor a las de mucho; una opción preferencial que toda persona adulta, responsable, se ve en la situación ineludible de hacer; no hacerla en el sentido positivo es ya hacerla en el negativo.

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