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320 J. R. LARRABE de la Iglesia. Pero tenía bien claro que nadie puede ser bueno forzosa y forzadamente (invitus). Así entendió, con libertad religiosa, las ex­ presiones de Jesús en el evangelio de Mateo: «compelle intrare», es decir, «invita encarecidamente» a entrar en el Reino (evangelización) y a sentarse en la mesa del banquete del Reino (eucaristía y comunidad cristiana). «Si te pierdes, te buscaré, quieras o no»: así leía parábolas de Jesús sobre el buen pastor, pero el acento está puesto en el sustan­ tivo «pastor» y en el adjetivo «bueno»; y no en la coacción a la vo­ luntad humana. Allá va una anécdota personal, mía, a este respecto. Gané yo un cartón de tabaco ante el reto de un sacerdote entusiasta ie san Agus­ tín, que dijo a los demás sacerdotes reunidos: «doy este premio a quien sepa la definición de predestinación que da san Agustín»; para él la predestinación es la «presciencia y preparación de los bienes futu­ ros con que certísimamente se liberan todos los que se liberan». Que­ da, pues, clara la libertad del hombre en comunión con la gracia, actuando ésta como «delectatio victrix». Pero siguiendo con el tema de la conversión, tema principal y espe­ cífico del Congreso, saca él la conclusión de que si Dios acoge al que vuelve sobre sí y se convierte a Dios, así tiene que ser la Iglesia en sus comunidades y en sus pastores. Más aun: hay que ir a buscar la oveja perdida y atraerla (attrahere) que no es lo mismo que traerla (trahere). Aquello sí, esto no es misión de la Iglesia y de sus pastores. Por otra parte, traerla al rebaño no es convertirla: no es el pastor el que decide la conversión; «yo trato de que se despierten a la verdad, eso sí, ojalá que puesta por mí en claro y en alto para que ellos, los fieles, la busquen; puesto que él amó tarde a Dios («sero te amavi») tuvo particular predilección por los que tarde se convertían a Dios (nunca es tarde). Se consideró a sí mismo como vocación tardía (serus advenio) pero para Dios un día es como mil años y viceversa; además Agustín siempre se atuvo a la expresión y consejo de David a su hijo Salomón: «hijo mío, si de verdad amas a Dios, lo hallarás». Purificarse-convertirse No es lo mismo purificarse que convertirse. Este verbo, conver­ tirse, tiene como complemento de referencia ¡a Quién!, es decir a Dios. El intento de purificación no siempre trae consigo la entrega incondicional a Dios que es constitutivo primordial de la conversión;

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