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314 E. RIVERA dado el antiguo presupuesto de que Dios quiere la salvación de todos los hombres; pero se subraya de una forma nueva que la gracia salva­ dora de Dios no nos llega exclusivamente por la institución salvadora de la Iglesia, sino que también actúa de forma supletoria en las reli­ giones paganas» (p. 137). Me es grato constatar que alega, como re­ frendo, el testimonio del misionero, compañero mío, Adolfo de Villa- mañán, quien señala esta primera incumbencia al misionero: «Ayudar a descubrir al indio cómo Dios ha estado siempre presente en él y en su cultura, proporcionando a todos sus antecesores los medios suficien­ tes de salvación» {Nuevo Mundo 30 [1969 ] 360). Lástima que este gran misionero haya venido con más de cuatro siglos de retraso. Pero la historia es así. Con sus grandezas y pequeñeces. b ) Aceptación del "jus belli” . Fue un inmenso infortunio para la humanidad el que en la época de los grandes descubrimientos se aceptara el así llamado jus belli. Que no viene, como opina el Dr. Prien, de la Edad Media, sino del derecho romano. Pero es muy de notar que entonces se irguió contra tal derecho J. L. Vives, según hemos hecho ver en otro estudio, que aparece en El erasmismo en España (Santan­ der, Sociedad Menéndez Pelayo 1986, 375-391) titulado El tema de la paz en Erasmo y Vives frente a la Escueta de Salamanca. Lo más lamentable de este jus belli consistió en haber dado el fundamento jurídico para la esclavitud de los negros. El Dr. Prien hace justicia a España en esta ocasión al reconocer que hubo quien puso en duda tal derecho, como Alfonso de Sandoval, y que en San Pedro Claver, el cual se llamó a sí mismo «siervo de los negros», tuvieron éstos su apóstol y su defensa. Qué diferente actitud a la de España tomaron otras naciones según hace ver este juicio histórico: «En las posesiones holandesas e inglesas la cura de almas de los esclavos era prohibida» (p. 186). Terrible apartheid que dura, en alguna manera, hasta nuestros días. c) Retraso de los Papas en aceptar la independencia americana. Tanto Pío VII en 1816, como León X II en 1824, piden a los ameri­ canos que reconozcan la soberanía del Rey de España. Ven la inde­ pendencia de los pueblos americanos bajo el prisma político europeo de la Santa Alianza. Apena que, a causa de esta actitud de la Santa Sede, en el floreciente cristianismo de la Nueva España, el naciente Méjico, no había un solo obispo en 1829. d) Trabajo manual. Con este historiador es menester reconocer, aunque duela, que el vanidoso concepto del honor haya creado en el hidalgo hispano desestima del trabajo manual. Añadimos, por nuestra

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