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UNA INTERPRETACION DE LA IGLESIA AMERICANA 311 «Los reyes lo pretendían iure divino; los políticos (americanos del si­ glo X IX ) en virtud de la soberanía popular, en cuyo nombre actuaban» (p. 394). Desde los Reyes Católicos hasta Franco, el último poder his­ pánico que ejerció influjo en nombramientos eclesiales, todos ellos con­ sideraron que tales derechos fueron un mero privilegio de la Santa Sede. Tal vez algún ministro de Carlos III, bajo influjo no hispánico, pensase en un derecho divino. Pero nunca fue tesis de los grandes juris­ tas españoles. Obviamente, los políticos americanos, aun los más lai­ cos, se creyeron continuadores de los derechos de los reyes de España, cuya autoridad —digámoslo de paso— provenía del pueblo, mandata­ rio en esto de Dios, según los grandes pensadores hispanos. 2. Método Estos falsos presupuestos hubieran sido fácilmente eliminados con un mejor método en el uso de las fuentes y de la bibliografía. Por lo que toca a las fuentes este historiador juzga que le basta aducir a Las Casas con algún otro. Pero no son mencionadas Las Leyes de Indias (estudiadas por Muro Orejón), la Colección de Concilios del Card. Lorenzana (del que sólo hace mención por su enemiga a los jesuítas), Monumenta Mexicana (edic. de F. Zubillaga), etc. Los grandes histo­ riadores de la primera época, cercanos a los hechos, en ocasiones de visu, son casi totalmente silenciados: Motolinía, Bernal Díaz del Cas­ tillo, Fernández de Oviedo, López de Gomara, Torquemada... Por lo que toca a la bibliografía, es sobreabundante la de su país —sigue el pecado que venimos denunciando reiteradamente en esta revista a casi toda la producción alemana— y también sobreabunda la de los partidarios de la teología de la liberación, que han formado una típica «escuela». Por el contrario, la inmensa riqueza informativa e historiográfica de especialistas españoles apenas es tenida en cuenta. Son imprescindibles en el tema de las Bulas Alejandrinas, M. Giménez Fernández, A. García Gallo y P. Leturia; sobre Isabel La Católica, Tarsicio de Azcona; sobre las ideas teológicas en torno al problema americano, V. Diego Carro; sobre la aportación cultural de España a la nueva civilización americana, C. Bayle; sobre la aportación extran­ jera a las misiones, Lázaro Iriarte de Aspurz. De éste se citan tan sólo artículos secundarios publicados en revistas. Y no es éste el único caso en desentenderse de las obras más maduras. De lamentar también es que revistas tan importantes como Archivo Ibero Americano, Venezuela Misionerat etc., sean silenciadas.

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