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A. KRYVELEV Y G. BUENO 289 En la primera estudia el proyecto de una filosofía de la religión en su fase gnoseològica. En la segunda analiza el proyecto de una filo­ sofía de la religión en su fase ontològica. En la primera parte trata de presentar un simple «bosquejo de líneas principales de lo que se entiende por filosofía de la religión en el plano gnoseologico» (p. 26). En la segunda, ofrece, más bien, el «esqueleto de una filosofía materialista de la religión» (p. 26). Según esto, Bueno inicia su discurso situando a la filosofía de la religión en su auténtica dimensión filosófica, precisando la diferencia­ ción entre filosofía y ciencias de la religión (pp. 49ss). Esto proporciona al autor una precisión preliminar en torno al carácter científico de la llamada Antropología. Lo que centra la cate­ goría de la Antropología es el hombre. A la que Bueno niega su carác­ ter científico. Existen muchas y variadas ciencias del hombre. Por lo que, propiamente, debe negársele a aquélla la índole de cientificidad. La Antropología científica no es una ciencia general sobre el hombre. Y, si pretende constituirse en tal, debe negársele su carácter científico. Pasaría a constituir, con propiedad, la Zoología (p. 51). Hablar de una «ciencia del hombre», sería traspasar los límites del lenguaje, expresar «sobreabundantemente» su contenido (p. 52). La primera tarea que se impone, por consiguiente, en este proceso de delimitación gnoseologica, es la de definir los límites de la Antro­ pología, como ciencia del hombre. Por lo que a las Ciencias de la religión se refiere, la situación es similar. Bueno no trata de negar «la cientificidad de cada una de aque­ llas cosas denotadas por la expresión «ciencias de la religión» (p. 52). El mismo precisa: «Reconocemos que hay muchos modos de afrontar el estudio científico de los fenómenos religiosos: el filológico, el etno­ lógico, el sociológico, el psicológico, acaso el específicamente hiero- lógico. Hay muchas ciencias de la religión, porque hay diferentes categorizaciones de los fenómenos religiosos. De lo que dudamos es de que estos contenidos científicos categoriales puedan considerarse como «la ciencia de la religión» por antonomasia, como la penetración en la naturaleza, estructura y esencia misma de la religión» (p. 53). La postura de nuestro autor es clara y tajante: «Las ciencias de la religión no se ocupan de la esencia nuclear de la religión, ni pueden ofrecernos la comprensión de su estructura profunda» (p. 57). Más bien nos ponen en contacto con lo que él llama «esencias corticales» (p. 59).

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