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286 D. CASTILLO la obra menos rasgos concretos de la imagen de Cristo como hombre hay en ella, más pobre es su biografía terrenal, más próximo es su aspecto a la imagen de Dios» (p. 171). Fue Pablo el verdadero fundador del Cristianismo y su conversión debió interpretarse como auténtica «alucinación» (pp. 176-178). Por lo que respecta al origen de los santos, el autor vuelve a repe­ tir ideas muy clásicas contra el Cristianismo: no serían sino una heren­ cia de la angelología y demonología judía y de otras religiones (pp. 203- 204). Con esta doctrina, la Iglesia trata de responder a las necesidades de sus creyentes. En cuanto a las aportaciones del Cristianismo a la cultura, el Cris­ tianismo es considerado como un sistema más que se integra en la filo­ sofía «idealista» (p. 209), y ha procurado un daño enorme a la cultura antigua (p. 209). No aportó absolutamente nada a la ética. Y, por lo que se refiere a la dogmática, no es tanto monoteísta, cuanto supremo- noteísmo, correspondiente a los cultos paganos de la misma época (pp. 210-215). Entre las causas que contribuyeron a la expansión del Cristianismo, se señalan algunas principales: helenización —unidad política (monar­ quía), que determinan no sólo el resurgir del mismo, sino, también, su expansión posterior. Este aspecto negativo del Cristianismo se recrudece al exponer la historia del Papado en los siglos VII-XI (pp. 329ss). Hechos impor­ tantes como la iconoclastia (pp. 223ss), las Cruzadas (pp. 260ss), el culto a María (pp. 283ss), protestantismo y catolicismo (pp. 344ss), son interpretados, a tono con la tesis adoptada en sus principios, desde situaciones socioeconómicas y de intereses de clase... Por lo que atañe al segundo tomo, el autor conserva la misma línea de intepretación materialista de la historia de la Iglesia (p. 5 ss). Con­ viene resaltar la explicación que nos ofrece de la postura de la Iglesia en relación al progreso. Se vuelve a situar en la línea de la más tradi­ cional doctrina marxista-leninista. Realza la victoria de la cosmovisión científica frente a la bíblica ya desde el s. XVI y posteriormente en las ciencias naturales e históricas (pp. 123ss). Y por lo que se refiere a la actitud de la Iglesia católica ante los descubrimientos de la ciencia del siglo X IX , afirma: «acogió hostilmente todos los descubrimientos que pudieran socavar la dogmática ortodoxo-católica» (p. 126). Frente a esta postura negativa de la Iglesia, «el marxismo-leninismo opuso a la religión, y al cristianismo en particular, un sistema armonioso y con-

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