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t A. KRYVELEV Y G. BUENO 285 trata de explicar las regularidades generales que se manifiestan en el desarrollo de estas religiones, principalmente las que, con el tiempo, hacen surgir el Cristianismo. Todas ellas se explican por las caracte rísticas socioeconómicas. Para explicar, desde esta misma perspectiva, el politeísmo y el henoteísmo, acude a la situación de los representantes burgueses, con sus intereses de clase, que son los que proporcionan las bases para estas nuevas formas religiosas. El autor propone, como rasgo esencial de todas estas formas religiosas, el «antropopatismo», entendiendo por este término... «que atribuía a la divinidad el psiquismo humano, su modo de pensar, sus gustos, intereses, intenciones e inclinaciones. Sea en la imagen de un animal, sea en la del hombre, Dios experimenta las vivencias humanas» (p. 92). Esta forma de religión «caracteriza exactamente también la imagen del dios bíblico» (p. 92). Todo esto refleja, según el autor, el hombre histórico concreto, «el producto de su época y de su clase» (Ibid.). El estudio analítico que hace de la religión grecorromana se sitúa en la línea tradicional marxista-leninista. Para él, los presocráticos fue ron los que asestaron los golpes más fuertes a la religión, desde su postura de libre pensadores (p. 132), e interpretaron la religión desde una visión materialista, en particular sus representantes principales: Democrito y Epicuro en Grecia y Lucrecio en Roma (p. 133). Seguidamente, a partir de la p. 41, se estudia la religión cristiana en sus comienzos. Lógicamente, también en este tema acude al análisis que Engels hace sobre el origen del Cristianismo. Se sitúa fuera de Palestina (p. 146). No tuvo origen en Jesús de Nazaret; sino entre los helenos de la Diàspora (p. 142). El libro del Apocalipsis vuelve a ocupar el puesto principal concedido por Engels en el origen del Cristianismo (p. 146). En cuanto a la base social-material del Cristianismo, Kryvelev acude al odio de los explotados contra los explotadores (p. 151). Y esto es, precisamente, lo que explica el «total silencio acerca de la personali dad y la actividad de Cristo, incluso en los casos en que, al parecer, la figura de Cristo y su destino ni podían dejar de llamar la atención a los autores de las correspondientes obras históricas, filosóficas y pu blicitarias y no podían dejar de figurar tampoco en algunos documentos oficiales y semioficiales» (p. 171). Por lo que se refiere a la doctrina cristiana sobre Jesús, existe, según nuestro autor, una evolución clara según el esquema «de Dios al hombre», de acuerdo con la consecución cronológica de la aparición de tal o cual obra: cuanto más antigua es 5
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