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302 D. CASTILLO tratadistas sobre cuestiones «de re política» escolásticos en los temas referentes al descubrimiento de América... f) La interpretación que hace del fenómeno religioso de la icono- clastia, pretendiéndolo explicar desde la situación socioeconómica de la Iglesia (p. 233), nos parece que no responde al sentido mucho más profundo que dicho fenómeno supone desde un análisis fenomenológico del mismo. Como en otros fenómenos, a los que hemos ya aludido, puede haber sido motivado por esos condicionamientos materiales. Pero la iconoclastia, como fenómeno religioso, obedece a causas diferentes y más hondas. La Fenomenología histórica de las religiones aporta explicaciones más razonables. g) Por último, en el estudio que hace del Papado en los siglos VII- XI (pp. 239ss), Cruzadas (pp. 260ss), Contrarreforma (pp. 352ss), Cul­ to a María (pp. 283ss), etc., vuelve a recrudecer su postura totalmente negativa. Ciertamente, existieron situaciones lamentables, intereses poco legí­ timos y «menos religiosos». Cualquier historiador cristiano hoy, debida­ mente serio, lo admite sin mayor problema. Pero el fijarse exclusiva­ mente en todo lo que representa de negativo de dichos intreses, para probar una tesis preconcebida, en conformidad con una concepción materialista dialéctica rígida, lo consideramos poco científico y nada respetuoso. Hasta tal punto se aprecia esta actitud radicalmente nega­ tiva de Kryvelev respecto al Cristianismo que, incluso comparada con su postura ante el Islamismo (pp. 164, vol. II) y el Budismo (pp. 339ss, vol. II), se observa mayor elegancia y carácter científico en sus juicios sobre éstos, que los que aporta sobre aquél. La obra de Kryvelev, Historia atea de las religiones, a nuestro parecer, no presenta aspecto positivo alguno desde el punto de vista científico actual. Incluso desde una actitud atea, podríamos esperar un estudio más sereno y correcto del fenómeno religioso. Por otra parte, comparando la lectura que nuestro autor hace del hecho religioso con la tradición marxista-leninista más rígida no apreciamos cambio alguno. Piénsese, por ejemplo, en la atribución a Marx de la famosa frase «la religión es el opio del pueblo» (p. 473, vol. II) y que hoy cualquier estudioso del marxismo sabe que no es sino un simple repetidor, así como la interpretación que hace de la misma en el mismo texto. El autor parece presentar, al pie de la letra, las interpretaciones de los primeros tiempos del marxismo-leninismo. El mismo Neomar- xismo viene enjuiciado por Kryvelev como actitud «revisionista» y «renegada» del marxismo, y «no hacen más que descubrir la miseria

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