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A. KRYVELEV Y G. BUENO 301 c) Al hablar del origen del Cristianismo, procura prescindir de la personalidad de Cristo y de su actividad. Estas serían «el punto de partida de la historia del cristianismo desde el punto de vista eclesiás­ tico tradicional» (p. 173) y que pretende rechazar con afirmaciones totalmente inexactas históricamente (pp. 176ss). d) La interpretación que hace de la actitud de la Iglesia ante la filosofía del s. II — «por intereses»— (p. 207), no es sino una apli­ cación de la preconcebida actitud marxista-leninista, que no resiste a un serio examen de la situación histórica. Ciertamente, existieron condicionamientos de todo tipo. Pero no podemos, por eso, caer en un reduccionismo determinista rígido, como hace Kryvelev. Dentro de esta misma perspectiva, idéntica suerte corre la relación entre cultura y Cristianismo: «El cristianismo hizo un daño enorme a la cultura antigua» (p. 209)... «La Iglesia Católica acogió hostilmen­ te todos los descubrimientos de la ciencia del siglo X IX que pudieran socavar la dogmática ortodoxo-católica» (p. 126, vol. II). Afirmaciones que, incluso reconociendo alguna culpa en ciertas cuestiones, no resis­ ten el más elemental análisis histórico. Incluso pensadores provenien­ tes del marxismo (como R. Garaudy, C. Luporini, L. Radice y otros muchos), han resaltado las aportaciones del Cristianismo al humanismo y a la cultura occidental. Por otra parte, es curioso observar el atrevimiento con el que, frente a lo que él considera «postura negativa de la Iglesia ante la cultura», no duda en afirmar: «el marxismo-leninismo opuso a la reli­ gión, y al cristianismo en particular, un sistema armonioso y conse­ cuente de opiniones científico-materialistas, totalmente ateas y sin com­ ponendas con la religión» (p. 125). Cosmovisión científica que repre­ senta la victoria de la cosmovisión científica frente a la bíblica ya desde el siglo XVI (p. 123ss). e) Igualmente, observa una postura negativa ante el comportamien­ to ético del Cristianismo. El Cristianismo no aportó una nueva ética (pp. 210-211). Naturalmente, el Cristianismo no tiene por qué aportar nueva ética. Aporta «nueva vida», que impregna todo el comporta­ miento personal y social del hombre. Pero el autor parece entenderlo en cuanto que, al parecer, no incidió en el cambio de vida de la socie­ dad. Afirmar que «los problemas éticos desaparecen de las obras teo­ lógicas» (p. 221), supone un desconocimiento elemental de la literatura teológica desde los comienzos del Cristianismo, pasando por las gran­ des Sumas Teológicas de la Edad Media y las posturas de los grandes 6

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