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300 D. CASTILLO 8.a La interpretación que nos ofrece de los presocráticos (Heráclito, Demócrito (pp. 132ss), particularmente de Epicuro en Grecia y de Lucrecio en Roma (p. 135), no la consideramos correcta. Una vez más, Kryvelev parece un mero repetidor de la literatura clásica marxista, iniciada en Marx, en su tesis doctoral, sin superarlo críticamente. Igualmente, dividir a los filósofos occidentales en materialistas y espi­ ritualistas o burgueses, sin posibilidad de otras alternativas de desig­ nación, nos parece interpretar la historia del pensamiento con catego­ rías excesivamente rígidas. Aunque en esto, como en casi toda su obra, el autor no hace sino someterse a los módulos de interpretación mar- xista-leninista de toda la historia. Por lo que se refiere a la calificación de «ateos» a los filósofos pre­ socráticos, particularmente a Epicuro, lo consideramos desproporcio­ nado. Creemos se trata, más bien, de los primeros conatos de seculari­ zación del mundo y del hombre. En el caso de Epicuro esta seculariza­ ción se aplica al comportamiento ético del hombre (Referente a la acti­ tud de Epicuro, recomendaríamos una obra reciente: E p icu ro , Carta a Meneceo. Máximas capitales, Ed. y material didáctico: R. Ojeda y A. Olabuenaga, Alhambra, Madrid 1985). 9.a Donde las afirmaciones de nuestro autor sobrepasan la ingenui­ dad y la rigidez más inconcebibles es en la exposición que hace del Cristianismo (pp. 141ss). Resaltamos algunos detalles que considera­ mos más sobresalientes: a) Siguiendo a Engels, admite, como el documento más antiguo del Cristianismo, el Apocalipsis (p. 141ss), a quien atribuye: «más valor que lo demás del N.T.» (frase, por otra parte, textual de Engels, y que el autor recoge en p. 146). En esta misma línea ofrece una nota sobre la datación del resto de los libros del N.T., que no corresponde absolutamente en nada a los estudios neotestamentarios actuales (pág. 152), y que denota una ignorancia inusitada en obras como la suya. b) Por lo que respecta a la evolución de la primitiva comunidad cristiana en relación a la imagen de Cristo, propone en su interpreta­ ción el esquema de consideración de «dios al hombre» (p. 171). Todo lo contrario a lo que nos manifiestan los Evangelios Sinópticos. Estos nos sitúan la confesión sobre Jesús como Dios, por la primitiva comu­ nidad cristiana, en relación postpascual. El tema del Jesús de la histo­ ria y el Cristo de la fe supone en la investigación bíblico-teológica actual una forma nueva de acercamiento que en nada tiene que ver con la que presenta el autor. En realidad, no hace sino reproducir acrí- ticamente la interpretación de la teología protestante liberal del s. XIX .

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