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276 V. M. BORRAGAN aquél, porque su presencia se adivina solamente como noticia en las cosas reales. Por tanto, el verdadero contacto entre ambas realidades no puede ser nunca más que una mutua compentración, una intimación vital, porque Dios llama a la puerta del hombre y éste puede abrir o no; si abrimos y le hacemos pasar, comienza la charla, el trato, y hasta puede que con el tiempo, llegue a ser nuestro asiduo invitado o incluso nuestro huésped. Sólo entonces se irá mostrando tal y como es. Creo que en esto consiste la oración y la plegaria como acciones que llevan a una intimidad con Dios, la cuales Zubiri analiza en El hombre y Dios. Orar no es propiamente «clamar a Dios cuando true­ na», sino intimar con El en lo cotidiano, de modo que yo vaya con­ figurando cada día más completamente mi propio ser. La función de Dios en la vida del hombre va dirigida no a su indigencia sino a su plenitud: Dios no es el refuerzo para acrecentar mis posibilidades, sino el fundamento de mi vida y de mi ser, el fondo que se transpa- renta en mi persona. Ir hasta lo más profundo de mí es acceder a Dios 12. En definitiva, «aquello que en la religación nos religa es Dios a través de la deidad del poder de lo real» (HD 158). * * * Un punto que tan sólo hemos mencionado brevemente, pero que en realidad resume el acercamiento de Zubiri al problema de Dios y también toda su labor de filósofo es la voluntad de verdad. Desde el momento en que realidad nos lanza a «idear», se abren de inmediato dos posibilidades. Una, hacer de las ideas la verdadera realidad, reposar en las ideas. Es lo que Zubiri llama «voluntad de verdad de ideas». Lle­ vado al extremo, termina por hacerse de la ideas la verdadera realidad. La otra posibilidad, de signo opuesto, consiste en dejar que las ideas se amolden a la realidad, tomándolas como órganos que «dificultan o facilitan hacer cada vez más presente la realidad en la inteligencia» (HD 248). Se busca no dar realidad a mis ideas sino mis ideas a la realidad, lo que Zubiri llama «voluntad de verdad real». 12. Zubiri resume, con estas palabras suyas, el núcleo básico de lo ex­ puesto: «Por parte del hombre, pedir, por ejemplo ayuda a Dios no es pe­ dir auxilio a alguien que está fuera y a quien se pide que acuda, sino pe­ dir una como intensificación de quien está ya personalmente en nosotros, y en quien somos ya radicalmente dinámicos: es pedir a un Dios que es transcendente en mí. Acudir a Dios es acudir a mi propio fondo transcen­ dente. Al entregarse a Dios el hombre se entrega a lo más radicalmente suyo» (HD 203).

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