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LA JUSTIFICACION INTELECTUAL DE DIOS 273 o en una de las formas de extrinsecismo entre Dios y el hombre» (HD 3 3 5 )9. La presencia de Dios en el hombre es una implicación especial, es tensión hacia su ser absoluto. Dios «está formalmente en mi reali­ dad haciendo que esta realidad se haga Yo en la realidad divina, sin ser la realidad divina» (HD 355). La distinción entre el hombre y Dios no es «fronterización», delimitación de dos entornos yuxtapuestos y enfrentados, sino una tensión hacia lo absoluto y, por tanto, hacia una realidad-fundamento que puede desvelarse como Dios. En cual­ quier caso, es ese mismo fundamento, se desvele de la manera que sea, el que hace que yo tienda a completar mi ser. Esa «y» que une al hombre con Dios es formalmente tensión teologal, constitutiva y cons­ tituyente, abierta hacia su determinación. Ahora se entenderá una frase que a simple vista llama fuertemente la atención: «E l hombre es Dios finitamente, tensivamente» (HD 356) o «Ser hombre es una manera finita de ser Dios» (HD 365). El hombre es absoluto por estar fun­ dado en la realidad de Dios. Esto es lo que, según Zubiri, tiene el hombre de divino. Esta presencia no se dirige a la indigencia sino a su plenitud. Dios no es ningún «tapaagujeros», lo cual indicaría, cuando menos, que el hombre constituye una realidad en y por sí misma y sólo ulterior­ mente necesitaría de un motor que le pusiera en marcha o de algo que acrecentara sus posibilidades. En definitiva, Dios sería una reali­ dad de la que se echa mano o no según sea necesario: un objeto más, quizá al más sublime. Y si el hombre accediera a Dios por esta vía, con la misma rapidez y precariedad se alejaría de El. El Dios de la necesidad no es Dios, sino una realidad-objeto que se yuxtapone a la realidad humana. Por el contrario, Dios es algo constitutivo y constituyente en la vida del hombre, es lo que la posibilita y la lleva a su plenitud, es el apoyo último para ser y el motivo que empuja 10. Dios y el hombre no son analizables por separado, ni se les puede separar: hablar del 9. Dios no está ni absolutamente alejado del mundo, ni confundido con él. Se salvan así dos graves riesgos que amenazan a todo pensar sobre Dios: por un lado, la tentativa, tan común, de hacer de El el gran ausen­ te, el «motor inmóvil» aristotélico; de otro, el panteísmo, porque Dios es accesible al mundo sin disolverse en él. Esto nos reafirma también en que marchamos por el camino que lleva y experimenta al Dios real. 10. Por ello, el hombre «volverá a Dios para poder sostenerse en el ser, para poder seguir en esta vida y en este mundo, para poder seguir siendo lo que inexorablemente jamás podrá dejar de tener que ser: un Yo relati­ vamente absoluto» (HD 160-1).

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