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268 V. M. BORRAGAN — Será, por tanto, una realidad suprema, última, posibilitante e impelente; — Una realidad absolutamente absoluta, que es en y por sí mis­ ma, sin necesidad de cobrar su ser en «la» realidad. Dios, según esto, sería el fundamento del poder de lo real, sería lo que todos entendemos por Dios, sea cual fuere nuestra religión con­ creta. Este es el problema que encuentra Zubiri al analizar las vías tradicionales para demostrar la existencia de Dios. En ellas no se llega al fundamento de la realidad intrínsecamente presente en ella. Se al­ canza un Dios como motor inmóvil, ente supremo, ser absolutamente infinito...; en definitiva, un Dios ausente de la realidad y al cual se debe, en un proceso ulterior, insertar como fundamento. Este no es el Dios real, de quien todos tenemos una idea más o menos precisa, sino el Dios de los sabios y pensadores, como denunció ya Pascal, un Dios al que no se le puede rezar y, sin embargo, se le puede demostrar. Aquello a lo que se accede por la sola concatenación lógica de concep­ tos es una realidad-objeto y no la realidad-fundamento. La necesidad de insertarlo en el mundo al final del proceso es lo que hace de Dios un objeto. Y esto nos indica también que nuestro itinerario es camino viable, en cuanto que aquello tras lo cual nos dirigimos es realmente Dios y no otra realidad por muy excelsa que sea. En este punto se separaran las distintas posturas ante el problema del fundamento. Zubiri deshace el enigma al dar un paso más y afir­ mar que ese fundamento es Dios, una realidad que funda el poder que me hace ser. Otros piensan que el poder mismo, sin ningún otro apoyo, es quien me empuja a realizarme. Otros, simplemente, no responden: la cuestión sobrepasa el ámbito propio de la razón y la opción se sus­ pende. Para Zubiri, «sólo porque esta realidad existe puede haber un poder de lo real que me determine en mi relativo ser absoluto» (HD 148). La razón de que yo tenga que realizarme es la presencia de Dios en las cosas y en el poder de lo real. Se muestra así que la vía de la religación no constituye la prueba «de que hay Dios, sino de que algo de lo que hay realmente es Dios» (HD 230). Esto puede parecer insuficiente y de hecho lo es. Afirmar a Dios como el fundamento de la realidad no es más que el comienzo de un su modo de presencia. En cambio, un fundamento es una realidad que ciertamente se me muestra, pero no 'frente' a mí sino ’en' mi inteligencia, no sólo en cuanto en y por sí mismo es lo que es, sino en cuanto está fundamentando mi vida entera» (HD 158-9).

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