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DIOS COMO «VIVENCIA» Y COMO «CONCEPTO» 229 todos los pensadores citados, de modo más o menos exclusivo, y la vivencia religiosa, que para Unamuno es lo único que en definitiva tiene cálida validez humana. Esta apreciación se halla, por otra parte, al mismo nivel que lo afirmado por el autor del Kempis al decirle a su lector que es de poco provecho disertar sobre la contrición si el disertante no es capaz de hacerla surgir de su corazón arrepentido. Y en nuestros días R. Guardini no tiene reparo en lamentar que el entendimiento teológico, el cual tiene el derecho y el deber de apli­ carse al misterio de Dios, no haya siempre respetado las fronteras trazadas por la majestad del mismo. «Esto, escribe textualmente, lo siente sobre todo el seglar, mientras que el teólogo fácilmente sucumbe al peligro del «especialista» de la exposición exacta, el carácter que tiene aquello de que se ocupa. De Dios se ha dicho que «vive en la luz, en que nadie puede penetrar». Eso lo olvida fácilmente el espe­ cialista: investiga y habla de un modo que hace sentirse extraño al hombre religioso» 3. Nada de estridencias en el texto de R. Guardini. Y con todo, el trasfondo de su texto nos parece no menos duro que el de M. de Unamuno, al advertir que es el seglar quien siente, muy en carne, el atrevimiento y frigidez del teólogo ante el misterio de Dios. Más duro aun cuando le acusa de hablar en tal manera que el hombre religioso se siente «extraño» a un pensar que se juzga a sí mismo rezumo de la más alta teología. Estas referencias a lo interior de nuestras ideas religiosas me inci­ tan a exponer ante mis colegas un excursus histórico, por el que, con sucintas alusiones, se pueda mejor sentir la hondura del contraste en­ tre concepto y vida y los caminos para su posible superación. No basta clamar con Ludwig Klages, otro vitalista de este siglo, que el espíritu mata a la vida. Es necesario hallar la senda oculta de la mente humana que lleve al tranquilo prado donde se puedan abrazar. Vislumbramos ese prado feliz. ¿Se dará en realidad? Unamuno responde que «vivi­ mos en la lucha, de la lucha, por ella y para ella» 4. Nuestro estudio intenta hacer ver que no es ésta la única solución. Pero, antes de proponer otras soluciones, adentrémonos por la historia del problema. Brota casi siempre de la historia una luz clarificadora. 3. R. G u a r d in i, La madre del Señor, tr. de J. M. Valverde, Guadarrama, Madrid 1965, 50-51. 4. M. d e U nam u n o, Soliloquios y conversaciones. Conversación tercera. Obras Completas (ed. Escelicer), t. III, 389. (Citamos siempre por esta ed.).

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