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252 E. RIVERA cribe un logos específicamente teológico, que es un logos humano, realmente distinto del logos constitutivo de la revelación misma47. Este logos humano, propio de la teología, es lo que no vieron ni Unamuno ni Ortega. Unamuno por repulsa de todo logos. Ortega por atenerse exclusivamente al logos de la mera razón natural. Nuestra mente se vuelve entonces —y no por mi título de franciscano— al doc­ tor medieval san Buenaventura. Se debe ello a que unió sabiamente, en « sapiencia christiana» según su terminología, las exigencias del más acendrado logos teológico con la vivencia religiosa más encendida del santo. Pero aquel doctor es hoy tan sólo punto de referencia y, si place, también punto de partida. Partiendo de él nos queda a los pensadores del siglo XX mucho que andar por los caminos de Dios. Nos atreve­ mos a decir que abrigamos la esperanza de que, caminando por estas ocultas sendas del espíritu, se llegará un día a una mejor comprensión entre la vivencia religiosa y el concepto clarificador de la misma. M. de Unamuno, en su amplia producción literaria, no nos ha dado solución, según hemos visto, a este problema tan clavado en la histo­ ria del pensar humano durante milenios. Pero nos lo ha hecho sentir de un modo vivo y profundo. No es esto pequeño mérito. Enrique R ivera 47. Este tema lo desarrolla X. Z u b iri en el Prólogo a la obra de O. Gon­ z á le z , Misterio Trinitario y existencia auténtica, Rialp, Madrid 1966, XI-XIV.

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