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DIOS COMO «VIVENCIA» Y COMO «CONCEPTO» 251 Y cuando el pensamiento griego realizó el memorable tránsito del mitos al logos, elaboró primariamente una Paideia, es decir, una doc­ trina para «enseñar a vivir». Dígase lo mismo de la alta sabiduría de los SS. Padres de Oriente y de Occidente. Todos, a una, quieren hacer Paideia Cristiana, quieren enseñar a sus respectivos pueblos a vivir cristianamente. Pero en nuestro mundo moderno sonó la hora de la autonomía plena de la razón, patrocinada por Aristóteles y parcialmente aceptada por los escolásticos. Se busca entonces, no el saber para vivir, sino el saber por el saber. Por esta vía autónoma pronto el saber se declaró último en las cuestiones humanas y divinas. Entonces se dijo: «El hombre es una caña, pero una caña que piensa». Es decir; el hombre ante todo y sobre todo es razón. Ya es significativo que dijera esta frase quien tuvo siempre tantas razones contra su razón, Blas Pascal. Pero en este momento hablaba en nombre de la época. Contra esta primacía de la razón en los últimos siglos ha surgido en el nuestro la lucha entre la razón y la vida. Hemos visto que Una- muno se declaró por la vida contra la razón. ¿No ha llegado el mo­ mento en que pensemos haber llegado la hora del nuevo y definitivo abrazo? Pese a las reservas que a un pensador cristiano suscita la obra de Ortega y Gasset pienso que en este momento es necesario estar con él frente a Unamuno. Ello es decir que acogemos su teoría de la razón vital. No, pues, razón sola, sino razón que ilumine los problemas de la vida. He aquí el futuro de nuestro pensamiento. La vida, por tanto, es lo primero. Pero necesita el mozo de ciego que la guíe para no dar de bruces en las múltiples simas que le salen al paso. Permítaseme concluir anotando que esta concepción de la razón vital — al margen de esta expresión, técnica en filosofía— , tiene recio abolengo dentro del pensamiento cristiano. Para éste es indudable que lo importante ha sido siempre la vida. La llama vida de gracia, prea- nuncio de vida de gloria. Pero vida ante todo. Esto es la esencia del Cristianismo. Al menos pertenece a su esencia. Y esto lo vio bien M. de Unamuno. Pero esta vida, como toda vida, debe ser iluminada, debe caminar de claridad en claridad. Es entonces cuando tiene que intervenir la razón. Que en el caso de la vida cristiana debe ser una razón, respaldada por la fe. Pero razón en este sentido estricto. X. Zu- biri afirma rotundamente que el itinerario del alma hacia Dios lo des-

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